sábado, 14 de agosto de 2021

UN AMOR SIN IGUAL




          En un lugar abismalmente lejano sobre la orilla extrema de nuestro tiempo existió un guapo caballero llamado Ricardo, quien por las noches buscaba diversión entre las hadas aladas de bella voz, pues con su canto hacían llover el polvo plateado de las estrellas. 

          Todas las muchachas del pueblo estaban enamoradas del apuesto joven y soñaban con casarse con él. Desconocían que éste estaba perdido de amor por una ninfa que había nacido del polvo estelar que caía con el canto nocturno de las hadas. Estaba completamente enamorado de ella, pero su amor era imposible, pues al llegar el día, Pólvica se desmoronaba sobre el suelo y ahí quedaba hasta que por la noche los seres mágicos volvían a entonar sus dulces voces, haciéndola recobrar su forma.

          Durante el día, Ricardo dormía unas horas y al despertar le escribía hermosas cartas de amor a su amada Pólvica, las cuales ella leía emocionada, hasta que una noche, sin poder resistirse más, se entregaron a la pasión a la orilla del río que corría en calma. Esto desató la ira del cielo, quien furioso los observaba. Los celos lo carcomían y comenzó a tronar estrepitosamente, haciendo que todo en la Tierra se estremeciera. Deseaba causarles daño.

          El amor entre Ricardo y Pólvica crecía noche tras noche. A él no le importaba que ella se deshiciera durante los días, con tal de amarla por las noches y una de ellas, se enteró de que iba a ser padre. Pólvica le comunicó llena de ilusión que estaba embarazada. El cielo, quien atento los escuchaba, se oscureció, cubriendo a la luna y las estrellas. Luego mandó un rayo muy cerca de ellos, jurando que estropearía su felicidad. 

          Pronto, durante una noche lluviosa, nació la hija de los enamorados. Cuando la vieron por primera vez, no pudieron disimular su sorpresa. Era una araña negra y peluda de largas patas. Aunque la recibieron con mucho amor, no pudieron evitar llorar al verla. Pólvica levantó el rostro hacia el cielo, preguntándole por la razón que lo había hecho mandarle una hija así.  Éste, terriblemente enfadado, le contestó: -Es tu castigo por haberte enamorado de un mortal. Claramente te dije que no podías enamorarte de nadie, mucho menos darle un hijo. ¡Y esto no acaba aquí! -siguió con voz fuerte. -Ella crecerá desmesuradamente y un día,  cuando estés desmoronada, lanzará sus telarañas sobre tus polvos, impidiéndote así, volver a recuperar tu forma. Ricardo sufrirá por no volver a verte nunca más.

          El tiempo pasó, comprobando que Acarita crecía mucho más de lo normal. Pólvica sufría cada noche cuando se acercaba el amanecer, pues temía que se cumpliera la amenaza del cielo. Ricardo no se conformó con estar a la espera de que el vaticinio se cumpliera y acudió a pedir ayuda al hada de la justicia. Ésta, después de escuchar la historia, prometió ayudarlos. Sobre el abdomen de Acarita untó unos polvos mágicos, dándole un suave masaje. Estos polvos le secaron para siempre las glándulas de hilado y la seda, evitando así que le hiciera daño a su madre.

          Por fin pudieron ser felices y los tres vivieron juntos en el bosque.

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