domingo, 28 de julio de 2019

ENGRILLADO AL SUELO

          Los días han estado muy calientes y el cielo no ha querido refrescarnos con su lluvia. Inclemente, el sol ha quemado mis hojas y mis ramas están secas. Cansado, miro a mi alrededor. El panorama es deplorable. Los demás árboles se encuentran en la misma situación y los animales sufren de sed y calor. El poco viento que llega, no es suficiente para aminorar nuestro sufrimiento.

          ¿Qué es ese olor que percibo? Parece que huele a quemado. ¡No, por favor, no! Que no sea un incendio. Me pongo alerta. El olor es cada vez más intenso y me parece que escucho el crepitar de las ramas secas de otros árboles. Pongo mayor atención. El suelo vibra... Cada vez con mayor fuerza. Entonces los veo. Gacelas, elefantes y tigres huyen aterrados. Corren para no ser alcanzados por el terrible fuego. Escucho graznidos y aleteos de muchas aves que vuelan desesperadas, temerosas de ser calcinadas.

          Y lo único que yo puedo hacer es esperar a que las llamas calcinantes me muerdan, me laceren. Solo puedo lanzar gritos lastimeros, derramando mi savia a borbotones.

     ¿Por qué me has engrillado al suelo? Pregunto a alguien y a nadie. ¿Qué he hecho para merecer este castigo? Me has negado la oportunidad de moverme, de huir del peligro. ¿Por qué?


sábado, 20 de julio de 2019

LA MAGIA DE UN VERANO

          Recuerdo el pueblo de mi madre. La gente era muy trabajadora; todo el día había bullicio. Los quesos de allí eran deliciosos y las noches eran bellas. La magia del concierto de grillos me arrullaba mientras veía por la ventana las luciérnagas.

          La primera vez que mi madre me llevó, nadie quería hablarme, pues decían que yo era floja y solo quería jugar en lugar de trabajar como los demás niños. Yo no comprendía porqué debía trabajar, si eran vacaciones. Una mañana me escondí detrás del árbol cerca de un gallinero muy grande que estaba al lado de la casa de mi tía. Espiando, vi que unas niñas, con el pelo recogido en trenzas, levantaban todos los huevos que habían puesto las gallinas, que por cierto, no eran blancos, sino de color café. Cuando terminaron se pusieron a barrer y luego les dejaron granos de maíz a las gallinas. Cuando se fueron, salí de mi escondite. Luego las vi que se fueron a venderlos a una tiendita. De ahí, me fui al establo que estaba a unas cuadras de donde nos hospedamos mi mamá y yo. A través de las rendijas de unas maderas vi a unos niños sentados en unos banquitos, ordeñando las vacas. La leche caía en unos cubos de metal y cuando terminaron de hacer su tarea, la llevaron a unas casas. Después supe que la vendían. La vergüenza comenzó a invadirme. Los niños del pueblo tenían razón. Yo solo jugaba.

          Una tarde fui a sentarme debajo de un árbol. Me sentía triste y el coro de las chicharras, que era muy sonoro, comenzó a arrullarme. De pronto, una de ellas cayó de las ramas, enfrente de mí. Cantaba estridentemente, sin moverse.
-¿Por qué cantas tan fuerte? -Pregunté.
-Estoy agonizando. -Dijo cantando.
La miré con atención. Era un insecto grande y feo. Cogí mi gorra y me eché aire; hacía mucho calor.
-No te sientas avergonzada con los otros niños. -Me dijo. -No es tu culpa que solo quieras jugar. Tú vienes de una ciudad en donde los niños estudian y juegan; no tienen otra obligación. Aquí la gente es pobre. Toda la familia debe trabajar para poder ayudarse y salir adelante. Acércate a las niñas. Interésate por lo que hacen. Verás que empezarán a aceptarte. Así harás amigos y aprenderás cosas nuevas.
 Entonces desperté. Me había dormido un buen rato debajo del árbol.

          De regreso a casa de mi tía me encontré a dos niñas con su mamá. Llevaban bolsas de mandado. Les sonreí y me devolvieron la sonrisa. Entonces me acerqué a ellas.
-¿Fueron a comprar comida? -Pregunté.
-Sí. Y también las cosas para hacer el pan. -Respondió una de ellas.
-¿Saben hacer pan?
-Claro.
-¿Me pueden enseñar? -Dije emocionada.
-Sí. Ven con nosotras.
Esa tarde estuve haciendo pan con ellas. Y por la noche las acompañé a venderlo casa por casa. Cuandos acabamos me despedí feliz de ellas y me fui a casa. Después de una ducha me fui a la cama. Pensaba en todo lo que viví ese día mientras miraba a las luciérnagas bailar. De pronto, haciendo su coreografía, con sus luces formaron un "BIEN". Sonreí contenta. Pronto me hice amiga de varios niños. Pasé el verano trabajando con ellos y aprendiendo a trabajar, a hacer amigos y también aprendí que existe gente con muchas necesidades y que luchan con todas sus fuerzas para salir adelante.

          El verano terminó y mi mamá y yo tuvimos que volver. Desde entonces, cada vez que como un pan o un queso, me acuerdo de aquellos amigos que tuve en mis vacaciones de verano. Y cuando escucho una chicharra o veo las luciérnagas, recuerdo con mucha nostalgia la magia de aquel pueblo lleno de gente maravillosa, noble y trabajadora.


martes, 16 de julio de 2019

REMORDIMIENTO

          Aquel par de hombres se reunía cada sábado a jugar ajedrez. Yo los miraba de lejos mientras veía la televisión. Uno de ellos, un anciano de cabello totalmente blanco y que caminaba con bastón, era don José, el vecino. El otro, mi abuelo, varios años menor que su adversario. Duraban muchas horas jugando. Nunca hablaban. Yo me preguntaba qué hacían con la vista fija en esas figuras sobre una base con cuadros blancos y negros. Pero al parecer, ellos dos disfrutaban eso tan aburrido. Cada vez que terminaban de jugar, don José golpeaba molesto el piso con su bastón, y después de un apretón de manos con mi abuelo, se retiraba lentamente y cabizbajo. Esto se repetía todos los sábados.

          Una ocasión me sorprendió que no golpeara el piso, pero con mucha tristeza le dijo a mi abuelo: “Yo me voy a morir sin ganarle una sola partida, don Leandro.” Mi abuelo, sonrió dándole una palmada en la espalda corva.

          El sábado siguiente, mi abuelo le dijo a mi madre: “Hoy me voy a dejar ganar. Quiero que don José se vaya contento.” Quien llegó fue uno de los hijos de aquel hombre, a avisar que su padre había fallecido esa mañana. Mi abuelo no pudo contener el llanto y mucho tiempo vivió con el remordimiento por no haberse dejado ganar, aunque fuera una sola vez, en el juego que tanto les gustaba a ambos.

miércoles, 10 de julio de 2019

CAFÉ CON UN EXTRAÑO

          Entré a aquel café distraída y con un paso rápido. Un hombre de cabello blanco que sostenía un café en una mano y un croissant en la otra, se detuvo para darme el paso, gesto que agradecí, pues no era común cruzarse con un hombre caballeroso. Me senté en una mesa solitaria y pedí a la camarera un café con leche y unas galletas. Mientras esperaba saqué un libro de mi bolso; ya casi terminaba de leerlo. Lo abrí y lo continué, por unos minutos interrumpida por la chica que trajo mi orden. Seguí leyendo mientras disfrutaba de mis galletas y sorbía mi bebida. Estaba tan absorta en mi lectura que la música y el suave bullicio de la gente desaparecieron. Pronto me di cuenta de tal silencio y levanté la vista.

          Parecía como si estuviera en un museo de cera. Todo a mi alrededor estaba paralizado, excepto el señor de cabello blanco... Sí, el caballero que me cedió el paso. Éste se encontraba escribiendo en una libreta. Volví a recorrer con la mirada el establecimiento. No lo podía creer. Todo estaba inmóvil. La mesera, de pie, con una bandeja en sus manos; un cliente leyendo el periódico; otra más, guardando su celular en su bolso; y así, los demás.
-¿Se ha dado cuenta? -Pregunté al señor.
-¿De qué? -Me respondió sin mirarme y sin dejar de escribir.
-¡Mire! -Ordené. -Todos están paralizados. ¿Qué ha sucedido?
-¡Ah! Es eso. No te preocupes.
-¿Qué tanto escribe? -Pregunté algo desesperada.
-Escribo historias.
-¿Historias?
-Así es, jovencita.
Yo seguía sin comprender nada. ¿Cómo era posible que nadie se moviera, como si fueran estatuas? ¿Y por qué aquel hombre parecía tan tranquilo? ¿Cómo podía seguir escribiendo como si nada sucediera?

          Puse atención a lo que escribía. Se trataba de una historia en la que una mujer enloquecía al descubrirse en un mundo en el que el tiempo se detenía. Tanta fue la locura de la protagonista, que la llevó a la muerte.
-¡Dígame que no es mi historia! -Le grité.
No hubo respuesta por parte del hombre. Él continuaba escribiendo. La angustia se apoderó de mí hasta que morí a causa de un paro respiratorio.




domingo, 7 de julio de 2019

LAIKA



          Cumplía diez años cuando Laika, una perrita pastor alemán, llegó a mi casa. Yo estaba feliz con el hermoso regalo que me hizo mi madre. Todos los días jugaba con ella y la alimentaba. Por las tardes, cuando llegaba de la escuela, me recibía con ladridos y moviendo la cola. En verdad que el amor era mutuo entre nosotras dos.

          Un sábado por la mañana, al abrir la cerca, Laika se escapó. Por más intentos que hice, no me obedeció. Mi madre y yo estábamos preocupadas, pensando que se podría perder; en cambio mi padre, quien me dio tremenda regañada, estaba furioso. Decía que seguramente regresaría preñada. Por fin, después de poco menos de una hora, Laika regresó y yo volví a ser feliz jugando con ella.

          Al poco tiempo, descubrimos que estaba esperando perritos. Yo, por supuesto, brincaba de alegría. Me daba mucha emoción imaginar a los bebés perritos. Mi madre se lo comunicó a mi padre, quien terriblemente enojado fue hasta donde yo acariciaba a Laika, que descansaba a mi lado.

-¡Maldita perra del demonio! -le gritó enloquecido. -Cuando nazcan tus perros, los voy a ahogar en una cubeta de agua. -la amenazó apuntándola con el índice.

Laika solo lo miraba. A mi ver, parecía temerosa.

          Los días siguieron su curso y Laika adoptó la mala costumbre de escarbar debajo de un pedazo que teníamos pavimentado en el jardín trasero. Sacaba tierra y la amontonaba a un lado. Mi madre la regañaba, pero Laika lo siguió haciendo.

          Una tarde comenzó a llover fortísimo; una verdadera tormenta nos azotaba. Le dije a mi madre que Laika aún estaba afuera. Fue hasta la puerta de la cocina para llamarla a gritos. Entonces, alcanzamos a escucharlos. Se oían ladridos de perritos.

-¡Ya nacieron! -gritó. -Parece que están en el hoyo. Tenemos que sacarlos de ahí o se ahogarán.

          Rápidamente mi madre le avisó a mi padre para que los rescatara. Cuando llegó al hoyo que Laika había cavado, se arrodilló y metió la mano para tratar de sacarlos, pero Laika le gruñía enojada y le tiraba mordidas. Después de varios intentos, regresó derrotado. Entonces mi madre fue y lo intentó.
-Laika, soy yo. Vamos... Llevemos a tus perritos adentro de la casa -le dijo cariñosamente.
Con un poco de desconfianza, dejó que sacara a sus tres cachorritos. Adentro, yo ya tenía su cama lista, hecha de colchas y toallas viejas.

          Laika se acomodó y sus perritos comenzaron a comer. Cuando mi padre se acercó a verlos, Laika ladró y gruñó enfurecida. Mi mamá se acercó a ella.
-Nada malo les va a suceder a tus hermosos cachorritos -le dijo acariciándola. -Te prometo que los cuidaremos y querremos como a ti.
Laika se tranquilizó y lágrimas brotaron de sus ojos.

          Dicen que los perros no piensan, pero yo estoy segura de que sí lo hacen.


viernes, 5 de julio de 2019

LA MALDICIÓN




          Era tanta la envidia que la bruja del pueblo sentía por Idalia, una muchacha bella por dentro y por fuera, que la condenó a vivir sembrada en un campo solitario. Solo el espejo que le dejó podría ayudarla. Si alguien se llegara a reflejar en él, la maldición pasaría a dicha persona y ella sería liberada. O si la malvada bruja moría, el hechizo se acabaría. Idalia esperaba el milagro. Mientras tanto, echaba raíces en el suelo que fuertemente la sujetaban a él y grandes ramas empezaron a nacer de su cabeza.

          Cada día, la tristeza crecía en su alma, al igual que las ramas de su cuerpo crecían largas y secas. Idalia temía convertirse en un árbol, pero no quería pasar su maldición a un inocente. Debía hacer algo para evitarlo. Quería salvarse sin perjudicar a nadie.

          Un día, un cuervo se paró en una de sus ramas.
-Eres el primer ser vivo que veo en mucho tiempo -le dijo con voz cansada.
-He venido por encargo de quien aquí te tiene -respondió el cuervo, mientras se mecía. -Quiere saber si aún vives.
Idalia suspiró tristemente y luego preguntó:
-¿Crees que es justo lo que me ha hecho?
El cuervo guardó silencio.
-¿Crees que es justo lo que a ti te hace? -insistió. -Te maltrata y te ordena hacer cosas, pero nunca es buena contigo.
-Tienes razón -respondió -debo cumplir con sus órdenes para poder poder salir de la jaula en la que me mantiene. Y no puedo escapar porque siempre me encuentra y me golpea.
-Debes ayudarme a acabar con este hechizo -le suplicó. -Planeemos algo.

          Tiempo después, luego de no llover por muchos años en ese lugar, milagrosamente llovió mucho, por muchos días, tanto que la tierra se humedeció muchísimo, al grado de hacerse fangosa. Toda la tierra alrededor de Idalia se había vuelto pantanosa. Ella estaba muy asustada, pues temía la eterna soledad. Ahora más que nunca, nadie se acercaría y estaría condenada a vivir como árbol para siempre. Lloraba su desgracia cuando vio a lo lejos al cuervo. Supuso que iría por indicaciones de la bruja y siguió sumida en su angustia.
-No puede ser que haya escapado esta muchacha -escuchó la enojada voz de la bruja entre los árboles lejanos de donde ella estaba.
-Compruébelo por usted misma -le respondió el cuervo desde los aires.
Tan grande era la furia de la terrible bruja, que corría cegada por la rabia y no se fijaba por dónde pisaba. De pronto se le dificultó caminar. Y cada vez que hacía esfuerzos por continuar iba sumergiéndose en el lodo. ¡Había caído en el pantano!
-¡No te quedes mirando! -gritó desesperada. -¡Ayúdame, maldito cuervo!

          El cuervo volaba dando giros, esperando a que por fin, ella fuera tragada por la aguas pantanosas. Ante la desesperación que la bruja sintió, olvidó sus poderes y solo fue capaz de luchar con fuerzas para salir de aquello, consiguiendo así, sumergirse más rápido.
Una vez que las aguas se vieron en completa calma, las ramas y raíces que habían crecido en Idalia, y que ya eran muy largas, se desprendieron de ella cayendo sobre las aguas y formando un camino sólido sobre ellas, que llegaban hasta terreno árido. El hechizo se había acabado y la muchacha, libre y feliz, pudo regresar a casa.


jueves, 4 de julio de 2019

ERÉNDIRA

        

          Envuelta en una toalla y con el pelo recogido, cubierto con otra, salió Eréndira del baño. Se Había dado una ducha con agua tibia, que muy bien le había caído. La temperatura era muy alta ya que la canícula había comenzado. Fue hasta el tocador y después de poner crema en todo su cuerpo, empezó a peinarse con esmero. Su cabello largo era uno de sus orgullos. A través del espejo vio los claveles que estaban en su mesita de noche. Sonrió. Fidel se las había regalado la noche anterior. Habían pasado una noche hermosa en la que él le propuso matrimonio y ella aceptó feliz. Quedaron en que ella se lo comunicaría a sus padres y fijaría una cita para que él fuera a hablar formalmente con ellos. Una vez que estuvo lista fue al comedor. Era hora de almorzar y seguramente sus padres ya estaban esperándola.

          Comían, cuando su padre, un hombre poco despistado preguntó:
-¿Quién es Fidel? -Y antes de que alguien pudiera responder, continuó: -Dicen que amaneció muerto en el camino hacia el pueblo. Parece que le dieron dos puñaladas.
Eréndira palideció. No pudo emitir palabra alguna. Solo fue capaz de romper en llanto. Su madre le pidió silencio y abrazó a su hija, ayudándola a ir a su habitación. La acompañó todo el tiempo hasta que por fin y con mucho esfuerzo, recuperó la calma.

          Desde ese día, Eréndira no volvió a ser la misma. No volvió a ser capaz de sentir amor por nadie más. En algunas ocasiones se dio la oportunidad de conocer gente y llegó a salir con algunos chicos que le simpatizaban, pero no consiguió enamorarse de ninguno. Y es que siempre buscó encontrar la mirada de Fidel, sentir la forma en que él le acariciaba las manos. Deseaba escuchar palabras bonitas como las que él le decía, algo imposible, porque cada hombre tiene una forma especial de conquistar a las mujeres. Eréndira nunca aprendió a ver y a valorar lo bueno de cada uno de ellos, para así, poder enamorarse otra vez.

          Hoy han pasado muchos años y sola se ha quedado. Vive con el recuerdo de su amado Fidel.


EN EL SILLÓN




Este sillón es mi cómplice. Sí, este sillón antiguo, forrado en terciopelo verde, con botones dorados y patas de madera cafés es quien sabe mi historia completa. Muchas veces se humedeció con mis lágrimas y ahora, aún después de mucho tiempo, en silencio escucha mis lecturas. Todos los días, en su compañía, leo las cartas que mi difunto esposo me envió por varios meses, mientras estuvo en la guerra, ésa maldita guerra que acabó con todas mis ilusiones y me llenó de inquietud e inseguridad. Las cartas, junto con algunas forots son todo lo que me queda de él y es por eso que las guardo en unas lindas cajas, como mi más grande tesoro.

En ocasiones, cuando las tardes se tornan grises y el cielo lanza algunas lágrimas, me siento sobre el verde y ajado regazo de mi buen amigo y escojo al azar una carta. Las leo despacio y en voz alta, disfrutando de cada una de las letras que hay escritas en ella. La emoción me hace su presa y la voz se me quiebra con cada palabra de mi amor valiente. En una carta me describía su ansiedad porque aquella guerra terminara pronto para poder volver a mis brazos. Me decía que yo era el motivo por el que luchaba por mantenerse vivo y que rezaba todas las noches por volver pronto. Mis ojos se anegaron de llanto al leer aquello y no pude más que acurrucarme en mi sillón, que como siempre me confortó como solo él sabía hacerlo.

Han pasado muchos años desde que el hombre de mi vida volvió en silencio... Años en los que yo he sufrido por ese regreso en silencio que fue su partida definitiva y a través de los cuales siempre me he preguntado por qué la vida me lo arrebató.





miércoles, 3 de julio de 2019

LA MUÑECA

Limpiaba mi habitación, que a decir verdad, llevaba un par de semanas sin asearla debido a la gran cantidad de trabajo que tenía, empezando por organizar el tocador y luego las mesitas de noche que estaban una a cada lado de la cama. Rápidamente llené una bolsa mediana con basura. Cuando empecé a sacudir los muebles escuché unos golpes que provenían del armario. Volteé a mirar en esa dirección en silencio e interrumpiendo mis tareas; me acerqué sigilosamente, con mucho cuidado y lo abrí de un golpe. Una caja vieja se movía débilmente. Pensé que habría un ratón dentro, pero luego descarté esa idea. Si la caja estaba completamente cerrada, no había forma de que algún roedor se huebiera metido en ella. Así que la tomé y la llevé a la cama. La cajita no dejaba de moverse, cada vez más fuerte y la abrí.  

─¡Por fin! ─exclamó la muñeca que mi mamá me compró en una venta de garaje cuando tenía 5 años. Recuerdo que la muñeca, que era de trapo, solo tenía un ojo y el estambre negro, que era su pelo, completamente enredado. Mi mamá no quería comprarla porque decía que estaba muy fea y vieja, pero yo comencé a llorar y decidí no moverme del lugar hasta conseguir que me la comprara.  ─¡Cómo has crecido! ─me dijo sorprendida, mirándome con el único ojo que aún conservaba.

Un poco asustada, volví a meterla en la caja y apreté con fuerza la tapa para evitar que volviera a salir.

─¡No, por favor! ─gritó. ─No quiero estar otros 20 años encerrada.

La saqué y abracé con cariño. Al sentirla entre mis brazos, pegada a mi pecho, los recuerdos de aquella infancia feliz me invadieron. Nunca tuve juguetes nuevos ni de lujo, pero tampoco me hicieron falta. Con esta muñeca defectuosa y sencilla tuve muchas alegrías y mis juegos con ella siempre fueron maravillosos.

─Solo eres un juguete y por eso te tengo guardada ─le dije mientras le arreglaba el pelo, que a pesar de los años, estaba mucho mejor que cuando la compramos. Mi mamá la había lavado y luego le deshizo las trenzas, peinó el estambre con cuidado y luego lo volvió a trenzar.

─Hagamos un trato ─me dijo sonriendo y guiñándome su ojo solitario.

─Déjame ser la muñeca de tu hija. Ahora quiero dormir en sus brazos como tiempo atrás lo hice en los tuyos. Tú lo has dicho... Soy un juguete y mi función es divertir, no estar guardada.

La besé emocionada hasta las lágrimas.  Pronto se la regalé a mi niña y le conté la historia que había entre ella y yo. Ella aceptó feliz y me pidió hacerle otro ojo, igual al que ya tenía y que le compráramos ropa para vestirla. La muñeca sonrió.



Bienvenidos a mi blog, desde donde trataré de plasmar lo que mis delirios me dicten.