viernes, 5 de julio de 2019

LA MALDICIÓN




          Era tanta la envidia que la bruja del pueblo sentía por Idalia, una muchacha bella por dentro y por fuera, que la condenó a vivir sembrada en un campo solitario. Solo el espejo que le dejó podría ayudarla. Si alguien se llegara a reflejar en él, la maldición pasaría a dicha persona y ella sería liberada. O si la malvada bruja moría, el hechizo se acabaría. Idalia esperaba el milagro. Mientras tanto, echaba raíces en el suelo que fuertemente la sujetaban a él y grandes ramas empezaron a nacer de su cabeza.

          Cada día, la tristeza crecía en su alma, al igual que las ramas de su cuerpo crecían largas y secas. Idalia temía convertirse en un árbol, pero no quería pasar su maldición a un inocente. Debía hacer algo para evitarlo. Quería salvarse sin perjudicar a nadie.

          Un día, un cuervo se paró en una de sus ramas.
-Eres el primer ser vivo que veo en mucho tiempo -le dijo con voz cansada.
-He venido por encargo de quien aquí te tiene -respondió el cuervo, mientras se mecía. -Quiere saber si aún vives.
Idalia suspiró tristemente y luego preguntó:
-¿Crees que es justo lo que me ha hecho?
El cuervo guardó silencio.
-¿Crees que es justo lo que a ti te hace? -insistió. -Te maltrata y te ordena hacer cosas, pero nunca es buena contigo.
-Tienes razón -respondió -debo cumplir con sus órdenes para poder poder salir de la jaula en la que me mantiene. Y no puedo escapar porque siempre me encuentra y me golpea.
-Debes ayudarme a acabar con este hechizo -le suplicó. -Planeemos algo.

          Tiempo después, luego de no llover por muchos años en ese lugar, milagrosamente llovió mucho, por muchos días, tanto que la tierra se humedeció muchísimo, al grado de hacerse fangosa. Toda la tierra alrededor de Idalia se había vuelto pantanosa. Ella estaba muy asustada, pues temía la eterna soledad. Ahora más que nunca, nadie se acercaría y estaría condenada a vivir como árbol para siempre. Lloraba su desgracia cuando vio a lo lejos al cuervo. Supuso que iría por indicaciones de la bruja y siguió sumida en su angustia.
-No puede ser que haya escapado esta muchacha -escuchó la enojada voz de la bruja entre los árboles lejanos de donde ella estaba.
-Compruébelo por usted misma -le respondió el cuervo desde los aires.
Tan grande era la furia de la terrible bruja, que corría cegada por la rabia y no se fijaba por dónde pisaba. De pronto se le dificultó caminar. Y cada vez que hacía esfuerzos por continuar iba sumergiéndose en el lodo. ¡Había caído en el pantano!
-¡No te quedes mirando! -gritó desesperada. -¡Ayúdame, maldito cuervo!

          El cuervo volaba dando giros, esperando a que por fin, ella fuera tragada por la aguas pantanosas. Ante la desesperación que la bruja sintió, olvidó sus poderes y solo fue capaz de luchar con fuerzas para salir de aquello, consiguiendo así, sumergirse más rápido.
Una vez que las aguas se vieron en completa calma, las ramas y raíces que habían crecido en Idalia, y que ya eran muy largas, se desprendieron de ella cayendo sobre las aguas y formando un camino sólido sobre ellas, que llegaban hasta terreno árido. El hechizo se había acabado y la muchacha, libre y feliz, pudo regresar a casa.


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