sábado, 20 de julio de 2019

LA MAGIA DE UN VERANO

          Recuerdo el pueblo de mi madre. La gente era muy trabajadora; todo el día había bullicio. Los quesos de allí eran deliciosos y las noches eran bellas. La magia del concierto de grillos me arrullaba mientras veía por la ventana las luciérnagas.

          La primera vez que mi madre me llevó, nadie quería hablarme, pues decían que yo era floja y solo quería jugar en lugar de trabajar como los demás niños. Yo no comprendía porqué debía trabajar, si eran vacaciones. Una mañana me escondí detrás del árbol cerca de un gallinero muy grande que estaba al lado de la casa de mi tía. Espiando, vi que unas niñas, con el pelo recogido en trenzas, levantaban todos los huevos que habían puesto las gallinas, que por cierto, no eran blancos, sino de color café. Cuando terminaron se pusieron a barrer y luego les dejaron granos de maíz a las gallinas. Cuando se fueron, salí de mi escondite. Luego las vi que se fueron a venderlos a una tiendita. De ahí, me fui al establo que estaba a unas cuadras de donde nos hospedamos mi mamá y yo. A través de las rendijas de unas maderas vi a unos niños sentados en unos banquitos, ordeñando las vacas. La leche caía en unos cubos de metal y cuando terminaron de hacer su tarea, la llevaron a unas casas. Después supe que la vendían. La vergüenza comenzó a invadirme. Los niños del pueblo tenían razón. Yo solo jugaba.

          Una tarde fui a sentarme debajo de un árbol. Me sentía triste y el coro de las chicharras, que era muy sonoro, comenzó a arrullarme. De pronto, una de ellas cayó de las ramas, enfrente de mí. Cantaba estridentemente, sin moverse.
-¿Por qué cantas tan fuerte? -Pregunté.
-Estoy agonizando. -Dijo cantando.
La miré con atención. Era un insecto grande y feo. Cogí mi gorra y me eché aire; hacía mucho calor.
-No te sientas avergonzada con los otros niños. -Me dijo. -No es tu culpa que solo quieras jugar. Tú vienes de una ciudad en donde los niños estudian y juegan; no tienen otra obligación. Aquí la gente es pobre. Toda la familia debe trabajar para poder ayudarse y salir adelante. Acércate a las niñas. Interésate por lo que hacen. Verás que empezarán a aceptarte. Así harás amigos y aprenderás cosas nuevas.
 Entonces desperté. Me había dormido un buen rato debajo del árbol.

          De regreso a casa de mi tía me encontré a dos niñas con su mamá. Llevaban bolsas de mandado. Les sonreí y me devolvieron la sonrisa. Entonces me acerqué a ellas.
-¿Fueron a comprar comida? -Pregunté.
-Sí. Y también las cosas para hacer el pan. -Respondió una de ellas.
-¿Saben hacer pan?
-Claro.
-¿Me pueden enseñar? -Dije emocionada.
-Sí. Ven con nosotras.
Esa tarde estuve haciendo pan con ellas. Y por la noche las acompañé a venderlo casa por casa. Cuandos acabamos me despedí feliz de ellas y me fui a casa. Después de una ducha me fui a la cama. Pensaba en todo lo que viví ese día mientras miraba a las luciérnagas bailar. De pronto, haciendo su coreografía, con sus luces formaron un "BIEN". Sonreí contenta. Pronto me hice amiga de varios niños. Pasé el verano trabajando con ellos y aprendiendo a trabajar, a hacer amigos y también aprendí que existe gente con muchas necesidades y que luchan con todas sus fuerzas para salir adelante.

          El verano terminó y mi mamá y yo tuvimos que volver. Desde entonces, cada vez que como un pan o un queso, me acuerdo de aquellos amigos que tuve en mis vacaciones de verano. Y cuando escucho una chicharra o veo las luciérnagas, recuerdo con mucha nostalgia la magia de aquel pueblo lleno de gente maravillosa, noble y trabajadora.


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