sábado, 12 de octubre de 2019

UN CASO POCO COMÚN




          Felipe siempre había sentido que le faltaba algo y muchas noches se había sentido legítimamente mal. Su vida había sido siempre sencilla. Tenía una familia amorosa, una esposa que lo amaba, una hermosa casa y un buen empleo. Sin embargo, ese hueco que sentía en medio del pecho, cada vez era más frecuente y le producía una inmensa nostalgia por algo que no sabía qué era. Preocupado y en absoluto secreto, acudió a ver a un psiquiatra. Tal vez necesitaba ayuda profesional. El doctor Ramírez era un psiquiatra de renombre, especialista decían, en casos poco comunes. Tuvo suerte en conseguir una cita y al llegar al consultorio fue directamente al baño. El corazón le latía apresuradamente y por su frente corrían pequeñas gotas de sudor. Se lavó la cara y se miró al espejo repitiéndose que no tendría nada grave; que quizás se trataba de un problema de estrés. Una vez que se tranquilizó, fue a donde la recepcionista para registrarse y se sentó a esperar a que lo llamaran. Mientras tanto, observó a su alrededor, las paredes eran blancas y sin un solo adorno, excepto un reloj que pendía de una de ellas. Sin saber por qué, ver ese color en las paredes lo inquietó. Entonces oyó su nombre.

          Cuando entró al despacho del doctor Ramírez y vio que ahí también las paredes eran blancas, se alteró y sintió una opresión muy fuerte en el pecho. Tuvo que sentarse en la silla, dejando al doctor con la mano extendida. Éste le dio un vaso de agua y le preguntó si se sentía mejor.
-Sí. Está pasando -respondió Felipe haciendo ejercicios de respiración.
-Me parece que se ha equivocado de especialista. En lugar de un psiquiatra, creo que lo que usted necesita es un cardiólogo -dijo el doctor mirándolo preocupado.
-No me he equivocado -respondió débilmente -Esto nunca me había sucedido. Estoy aquí porque hay algo que me molesta. Se trata de una rara sensación. Siento un vacío en el pecho... algo verdaderamente molesto. Es como si me faltara algo.
-¿Me dice que lo que sintió hace un momento, nunca le había sucedido?
-Jamás. Creo que se debió a ver tanto blanco en estas oficinas tan pequeñas.
Siempre me ha molestado ese color.
-¿Lo incomoda el color blanco, al grado de producirle un fuerte dolor en el pecho? -Insistió el doctor.
-¡No lo sé! -Casi gritó. -Siempre me ha molestado, causándome ansiedad. Pero olvidemos eso y volvamos a lo que me ha traído hasta aquí.

          El galeno rodeó el escritorio y se sentó en su sillón negro. Abrió una libreta y tomó un bolígrafo. Lo miró fijamente, suspiró y se acomodó en el asiento.
-¿En qué está pensando cuando siente esa sensación de vacío en el pecho? -Preguntó sin quitarle la mirada.
-En todo y nada -respondió un poco irritado. -En todo momento siento que algo me falta y no es porque piense en algo concreto.
-¿Lo siente siempre?
-Todo el tiempo. Aunque... -Felipe guardó silencio.
-Aunque, ¿qué?
-A veces es mucho más intensa la sensación.
-¿Cuándo es que se intensifica?
-No lo sé. En este momento no recuerdo cuándo, exactamente.
El doctor Ramírez bajó la mirada y jugueteó unos segundos con el bolígrafo en sus manos.
-Venga, por favor -le dijo levantándose del sillón.
Felipe se acostó en un diván negro que hacía juego con el sillón del doctor. Era muy cómodo. Luego, el médico puso música suave y relajante a un volumen muy bajito. Le pidió a Felipe que cerrara los ojos y respirara normal, hasta que se relajara. El doctor se sentó en un sillón beige que contrastaba con los otros y que estaba al lado del diván y comenzó con su trabajo.
-Cuénteme sobre algo que haya sucedido en su vida hace cinco años.
-Hace cinco años nació mi hija Leonora. Llegó sorpresivamente a nuestras vidas, cuando estábamos convencidos de que mi esposa era estéril.
-¿Algo que recuerde en esas fechas, que haya sido negativo?
-No. Nada serio.
-Bien. Vayamos cinco años más atrás. ¿Qué recuerda?
-Ya estaba casado y por ese entonces conseguí la gerencia de la compañía para la que trabajo.
-Bien -dijo el psiquiatra mientras hacía anotaciones en su libreta. -Hace veinte años... Cuénteme, ¿qué recuerda?
-¿Qué tienen que ver mis recuerdos con el vacío en mi pecho? -Preguntó Felipe, enderezándose en el diván.
-Tranquilo. Recuéstese, por favor. Simplemente responda.
-No recuerdo nada. Veinte años es mucho tiempo -respondió impaciente.
 -Serénese. Tome su tiempo.
Y después de unos segundos le preguntó: -¿Qué imagen ve de hace veinte años atrás?
-Veo una habitación pequeña con paredes blancas. Blancas sin una sola mancha y sin un solo adorno.
-¿Qué más ve? -preguntó Ramírez con voz suave.
-Estoy escuchando el ruido de una lavadora y una secadora... Como si estuviera en una lavandería.
-Siga, por favor -insistió, amable, el doctor.
-Hay una mujer en ropa interior.
-Sí...
Felipe se enderezó bruscamente y con la respiración agitada. El sudor corría por su frente, y comenzó a caminar alrededor de la habitación.
-No puedo. Lo siento. No puedo recordar más -dijo llevándose una mano a la cabeza y la otra a la cintura.
-Sí puede. Si de verdad quiere saber qué es lo que le sucede con esa sensación rara en su pecho, debe armarse de valor y recordar.  Vuelva a acostarse y volvamos a intentarlo, ¿quiere?
Felipe volvió al diván sin decir nada. Trató de normalizar su respiración y de poner en blanco su mente.
-¿Qué sucede con la mujer en ropa interior? -Preguntó el doctor.
-Me parece que se me está ofreciendo. Me coquetea abiertamente. Me acerco e intento besarla. Ella me rechaza, yo insisto y ella, haciéndose la ofendida, me abofetea. La ira me hace su presa y la golpeo  -dice Felipe agitado. -Me trepo encima de ella y trato de violarla. Desesperada, ella me muerde los labios con todas sus fuerzas hasta hacerme sangrar. Aprovecha que yo me estoy limpiando la sangre para querer escapar. La alcanzo y la tiro bruscamente al suelo. Ella hace intentos para gritar y yo le tapo la boca con todas mis fuerzas. Mi mano era muy grande para su cara. También le tapé la nariz. La solté hasta que dejó de moverse.
Felipe abrió los ojos aterrado. Se sentó en el sillón llorando. -¡La maté! ¡Asesiné a mi propia prima!

          El doctor Ramírez lo miraba impasible. Quería que Felipe continuara solo, sin sentirse presionado. Felipe no cesaba en su llanto. Después de un largo rato, un poco más calmado, continuó: - Esperé a que oscureciera para arrastrar su cuerpo hasta el coche. La subí y la llevé a casa de mi abuela, que en ese tiempo estaba pasando unos días con una de sus hijas, y la enterré en el centro del jardín. Al día siguiente fui por rosales y los sembré encima de la tumba, para disfrazar la tierra removida. Le dije a mi abuela que era mi regalo de cumpleaños. Nadie nunca volvió a saber de Edith. Toda la familia estaba consternada. Su madre siempre vivió con la angustia de no saber dónde estaba su hija -dijo con el rostro desencajado y sin dejar de llorar.
-¿Ha descubierto qué es ese vacío en su pecho, Felipe? -Preguntó el doctor Ramírez.
-Por fin lo sé. Es paz lo que necesito. Debo confesar mi crimen y decirle a mi tía dónde está su hija. Y por supuesto, debo pagar por lo que hice, para llenar de paz este maldito hueco.

          El doctor Ramírez sonrió triste y satisfecho a la vez. Un paciente más, que gracias a él, se reencontraba con sus más recónditos secretos.




martes, 8 de octubre de 2019

PASEO POR UN SENDERO

Camino por un sendero
buscando un poco de paz,
gozando del fresco viento
que llegó sin avisar.

Amablemente los árboles
me saludan agitados;
a mi paso inclinan las ramas
obsequiándome sus hojas.

Rojas, cafés y amarillas
las tímidas hojas caen,
llegando despacio al suelo
como si fueran suspiros.

Temblorosas se acomodan
formando así una alfombra
de colores otoñales
dándole vida al paisaje.

Disfrutando van mis ojos
mientras recorro el camino;
se inflama mi corazón
con la belleza del campo.




sábado, 21 de septiembre de 2019

SENTENCIAS DE UN LIBRO



          
          Hacía varias semanas que sucedían cosas extrañas en la casa de la familia Suárez. 

          Un día, doña Inés compró un libro en una tienda de antigüedades. Estaba escrito en un idioma que no entendía, pero fue tal el encanto que sintió por sus hojas amarillas y la vieja portada, que le fue imposible resistirse a llevárselo. En cuanto llegó a su casa, lo limpió y lo puso sobre una mesita esquinera, para que adornara ese rincón que estaba vacío. Se retiró un poco para ver cómo se miraba allí. Sonrió satisfecha. De verdad que le daba un toque elegante e interesante a la sala de estar.

          Por la noche, la primera que el libro pasaba en casa, éste se abrió sorpresivamente mientras la familia cenaba. Sus hojas comenzaron a moverse como un acordeón y de pronto se detuvieron quedando abierto en una página que decía en perfecto español: "Esta noche, alguien de esta familia se caerá en el baño, golpeándose la cabeza en la bañera y se desangrará hasta morir antes de ser descubierto por alguien". Doña Inés se sobresaltó un poco. Estaba segura de que el libro estaba escrito en otro idioma. Lo revisó, y en efecto, lo único que estaba en español era ese extraño párrafo. Los demás rieron, alegando que se trataría de un libro de bromas.

          Cuando la mañana mostró sus primeras luces, se escuchó un grito desgarrador. Todos corrieron a ver de qué se trataba. Uno de los hijos menores de la familia yacía muerto en el baño con la cabeza abierta, en medio de un gran charco de agua. Regularmente comenzaron a suceder cosas similares en la familia, y a pesar de ello, nadie tenía el valor de deshacerse de aquel libro, aparente culpable de las recientes desgracias de la familia. Ni siquiera se atrevían a cerrarlo.

          En muy poco tiempo todos habían muerto y solo quedaba doña Inés. El libro volvió a abrirse en una noche oscura que estaba siendo azotada por una fuerte tormenta. Temblando de miedo se acercó y en esta ocasión no había letras, solo un dibujo de una mujer muerta en la cama. La mujer a punto de la locura por el miedo, no se atrevió a ir a su cama. Se quedó en un sillón y tomó un libro para leer y así no dormirse. Al no encontrar sus lentes, fue a su habitación para tomarlos de la mesita de estar y cuando los tomaba sintió un piquete doloroso. Rápidamente se sentó en la cama y vio a un escorpión caminando en el suelo. Las fuerzas la abandonaron, todo se oscureció y se acostó. Tiempo después la descubrieron muerta sobre su cama.

          Todo el mundo hablaba de la mala suerte de la familia Suárez, que en muy poco tiempo fue desapareciendo por diversos accidentes. Un pariente lejano, quien heredó la casa, la puso en venta con todas sus pertenencias. Pacientemente, el libro cerrado y lleno de polvo nuevo, esperaba desde aquel rincón a ser limpiado y abierto nuevamente.


martes, 10 de septiembre de 2019

ALGUIEN BUENO

Solo bastó un segundo
para que la confianza
y la seguridad
se alejaran de mí.

Perdida me encontré
en un pozo sin fin,
donde solo traición
y maldad existía.

Después de una gran lucha
en contra de mí misma,
solo atiné a seguir
hundida en mis pesares.

Entonces, un buen día,
apareció a mi lado
una buena persona
con cara de ángel.

Con una voz hermosa
y cálida mirada,
me llenó del calor
que me había abandonado.

Con enorme paciencia
me sacó del abismo
y con dulces consejos
me dio seguridad.

Hoy ya no me acompaña
en mi nuevo comienzo,
mas lo llevo muy dentro
de mis bellos recuerdos.


sábado, 31 de agosto de 2019

CONSEJO DEL VIENTO

          Por mucho tiempo, Olivia miró la vida pasar a través de la ventana. El tiempo avanzaba sin que a ella le importara mucho, hasta que un día, el tic-tac del reloj, se hizo más lento y grave, hasta llegar a molestarla.

          Buscando un poco de luz natural, salió al jardín. Iba descalza y comenzó a caminar entre los rosales y árboles. Agradecidos, sus pies disfrutaron la sensación que les provocaba el césped mojado. Sus ojos gozaron de los colores hermosos que veían y del maravilloso espectáculo que un jardín era capaz de brindar. A su cuerpo le encantó sentir la caricia de los tibios rayos del sol.

          Cerró los ojos para sentir todo aquello con todos los sentidos. Un suave viento llegó; la rodeó y alborotó su cabello. Entonces lo escuchó: "No dejes de disfrutar cada momento de tu vida, cada sensación. Goza cada cosa que te rodee, sin importar si es algo muy sencillo. Tienes la gran capacidad de ser feliz con tan solo lo que te rodea".

          Olivia sonrió y respiró profundamente, mientras sintió cómo jugaba el viento con su falda, antes de alejarse a otros rumbos.



sábado, 24 de agosto de 2019

NOTAS MUSICALES

          Como cada viernes, llegué a casa muy cansada. Cené algo ligero y me tomé dos pastillas para aminorar el dolor de espalda, que hacía ya varios días me molestaba mucho. Puse música suave, muy relajante y me metí al baño para darme un baño de agua caliente en la bañera. Era tanto el cansancio y el agua muy caliente, que pronto empecé a sentir sueño. Cerré los ojos disfrutando del ambiente. De pronto la música empezó a subir de volumen hasta convertirse en un ruido horrible y estridente.

          Cuando abrí los ojos, vi muchas notas musicales bailando en las paredes. Luego se unieron como si se tomaran de las manos y empezaron a girar a mi alrededor. De pronto, se detuvieron y una de ellas, la que parecía ser la jefa de tan raro grupo de bailarinas, les ordenó con voz chillante que me ahorcaran. Pronto, el círculo que formaron se cerró alrededor de mi cuello y comenzaron a apretarme tan fuerte que el aire comenzó a faltarme. Estaba muriéndome asfixiada por un grupo de notas musicales desalmadas.

          Entonces hubo un gran silencio. Abrí los ojos con la respiración agitada y todo estaba normal. La música suave continuaba y no había nada raro en el baño. ¡No vuelvo a tomar esas pastillas!


martes, 20 de agosto de 2019

Decepción.

     Se llevó la mano al corazón; la punzada era verdaderamente aguda. ¿Cómo podía una decepción herir de tal manera?
     Confiaba plenamente en ella... Fue su orgullo desde que la vio nacer. Con el tiempo, el orgullo creció, pues demostraba ser un personita buena, inteligente y justa.
    Sin embargo, el tiempo se encargó de demostrar lo equivocado que estaba. Su actitud cambió... Se volvió frívola y egoísta; incluso desalmada. Hizo muchas cosas malas y su padre comenzó a dejar de sentirse orgulloso de ella.
     Trató de hablarle, de hacerla entrar en razón para que volviera al buen camino, pero aquella niña, que ahora era una joven mujer, no entró en razón.
     El padre, decepcionado y triste, vio en lo que su hija se había convertido y sufría enormemente. Solo le quedaba rezar por ella y seguir viviendo su vida, esperando una respuesta favorable a sus oraciones.
¡Pero qué grande era el dolor de la decepción!


viernes, 16 de agosto de 2019

SUPERANDO UN RECUERDO

          Caminando por el laberinto de mis pensamientos encontré una puerta cerrada con candado. Pasé de lado y durante mi recorrido encontré otras más, abiertas. Visité varias habitaciones de mi memoria; en unas sonreí con melancolía, en otras, reí a carcajadas y en otras más, lloré de tristeza. Estaba contenta por recordar muchas experiencias de mi vida. Cuando regresaba de aquel paseo volví a ver aquella puerta cerrada. Intenté abrirla pero me resultaba muy difícil hacerlo. Necesitaba una llave para abrir el candado.

          Frustrada y un poco cansada seguí mi camino de vuelta. A punto de abandonar los hilos de mi memoria, vi una llave en el suelo, llena de telarañas y polvo. La tomé y regresé hasta la puerta que tanto me intrigaba. Cuidadosamente la metí en la cerradura y abrió. Entré sigilosamente; estaba muy oscuro. Alcancé a escuchar a una niña llorando aterrada. Agudicé la mirada y la vi. Estaba en un rincón abrazando a una muñeca y no dejaba de llorar. Un escalofrío recorrió mi espalda y un dolor agudo lastimó mi estómago. Un nudo se me hizo en la garganta y corrí hasta ella. La abracé con fuerza y la consolé. Una vez que se tranquilizó, la tomé en mis brazos y la saqué de ese horrible cuarto. La llevé a uno donde todo era alegría, risas y paz. Me despedí de ella sonriendo y con un largo y profundo suspiro regresé a la realidad.




 

domingo, 28 de julio de 2019

ENGRILLADO AL SUELO

          Los días han estado muy calientes y el cielo no ha querido refrescarnos con su lluvia. Inclemente, el sol ha quemado mis hojas y mis ramas están secas. Cansado, miro a mi alrededor. El panorama es deplorable. Los demás árboles se encuentran en la misma situación y los animales sufren de sed y calor. El poco viento que llega, no es suficiente para aminorar nuestro sufrimiento.

          ¿Qué es ese olor que percibo? Parece que huele a quemado. ¡No, por favor, no! Que no sea un incendio. Me pongo alerta. El olor es cada vez más intenso y me parece que escucho el crepitar de las ramas secas de otros árboles. Pongo mayor atención. El suelo vibra... Cada vez con mayor fuerza. Entonces los veo. Gacelas, elefantes y tigres huyen aterrados. Corren para no ser alcanzados por el terrible fuego. Escucho graznidos y aleteos de muchas aves que vuelan desesperadas, temerosas de ser calcinadas.

          Y lo único que yo puedo hacer es esperar a que las llamas calcinantes me muerdan, me laceren. Solo puedo lanzar gritos lastimeros, derramando mi savia a borbotones.

     ¿Por qué me has engrillado al suelo? Pregunto a alguien y a nadie. ¿Qué he hecho para merecer este castigo? Me has negado la oportunidad de moverme, de huir del peligro. ¿Por qué?


sábado, 20 de julio de 2019

LA MAGIA DE UN VERANO

          Recuerdo el pueblo de mi madre. La gente era muy trabajadora; todo el día había bullicio. Los quesos de allí eran deliciosos y las noches eran bellas. La magia del concierto de grillos me arrullaba mientras veía por la ventana las luciérnagas.

          La primera vez que mi madre me llevó, nadie quería hablarme, pues decían que yo era floja y solo quería jugar en lugar de trabajar como los demás niños. Yo no comprendía porqué debía trabajar, si eran vacaciones. Una mañana me escondí detrás del árbol cerca de un gallinero muy grande que estaba al lado de la casa de mi tía. Espiando, vi que unas niñas, con el pelo recogido en trenzas, levantaban todos los huevos que habían puesto las gallinas, que por cierto, no eran blancos, sino de color café. Cuando terminaron se pusieron a barrer y luego les dejaron granos de maíz a las gallinas. Cuando se fueron, salí de mi escondite. Luego las vi que se fueron a venderlos a una tiendita. De ahí, me fui al establo que estaba a unas cuadras de donde nos hospedamos mi mamá y yo. A través de las rendijas de unas maderas vi a unos niños sentados en unos banquitos, ordeñando las vacas. La leche caía en unos cubos de metal y cuando terminaron de hacer su tarea, la llevaron a unas casas. Después supe que la vendían. La vergüenza comenzó a invadirme. Los niños del pueblo tenían razón. Yo solo jugaba.

          Una tarde fui a sentarme debajo de un árbol. Me sentía triste y el coro de las chicharras, que era muy sonoro, comenzó a arrullarme. De pronto, una de ellas cayó de las ramas, enfrente de mí. Cantaba estridentemente, sin moverse.
-¿Por qué cantas tan fuerte? -Pregunté.
-Estoy agonizando. -Dijo cantando.
La miré con atención. Era un insecto grande y feo. Cogí mi gorra y me eché aire; hacía mucho calor.
-No te sientas avergonzada con los otros niños. -Me dijo. -No es tu culpa que solo quieras jugar. Tú vienes de una ciudad en donde los niños estudian y juegan; no tienen otra obligación. Aquí la gente es pobre. Toda la familia debe trabajar para poder ayudarse y salir adelante. Acércate a las niñas. Interésate por lo que hacen. Verás que empezarán a aceptarte. Así harás amigos y aprenderás cosas nuevas.
 Entonces desperté. Me había dormido un buen rato debajo del árbol.

          De regreso a casa de mi tía me encontré a dos niñas con su mamá. Llevaban bolsas de mandado. Les sonreí y me devolvieron la sonrisa. Entonces me acerqué a ellas.
-¿Fueron a comprar comida? -Pregunté.
-Sí. Y también las cosas para hacer el pan. -Respondió una de ellas.
-¿Saben hacer pan?
-Claro.
-¿Me pueden enseñar? -Dije emocionada.
-Sí. Ven con nosotras.
Esa tarde estuve haciendo pan con ellas. Y por la noche las acompañé a venderlo casa por casa. Cuandos acabamos me despedí feliz de ellas y me fui a casa. Después de una ducha me fui a la cama. Pensaba en todo lo que viví ese día mientras miraba a las luciérnagas bailar. De pronto, haciendo su coreografía, con sus luces formaron un "BIEN". Sonreí contenta. Pronto me hice amiga de varios niños. Pasé el verano trabajando con ellos y aprendiendo a trabajar, a hacer amigos y también aprendí que existe gente con muchas necesidades y que luchan con todas sus fuerzas para salir adelante.

          El verano terminó y mi mamá y yo tuvimos que volver. Desde entonces, cada vez que como un pan o un queso, me acuerdo de aquellos amigos que tuve en mis vacaciones de verano. Y cuando escucho una chicharra o veo las luciérnagas, recuerdo con mucha nostalgia la magia de aquel pueblo lleno de gente maravillosa, noble y trabajadora.


martes, 16 de julio de 2019

REMORDIMIENTO

          Aquel par de hombres se reunía cada sábado a jugar ajedrez. Yo los miraba de lejos mientras veía la televisión. Uno de ellos, un anciano de cabello totalmente blanco y que caminaba con bastón, era don José, el vecino. El otro, mi abuelo, varios años menor que su adversario. Duraban muchas horas jugando. Nunca hablaban. Yo me preguntaba qué hacían con la vista fija en esas figuras sobre una base con cuadros blancos y negros. Pero al parecer, ellos dos disfrutaban eso tan aburrido. Cada vez que terminaban de jugar, don José golpeaba molesto el piso con su bastón, y después de un apretón de manos con mi abuelo, se retiraba lentamente y cabizbajo. Esto se repetía todos los sábados.

          Una ocasión me sorprendió que no golpeara el piso, pero con mucha tristeza le dijo a mi abuelo: “Yo me voy a morir sin ganarle una sola partida, don Leandro.” Mi abuelo, sonrió dándole una palmada en la espalda corva.

          El sábado siguiente, mi abuelo le dijo a mi madre: “Hoy me voy a dejar ganar. Quiero que don José se vaya contento.” Quien llegó fue uno de los hijos de aquel hombre, a avisar que su padre había fallecido esa mañana. Mi abuelo no pudo contener el llanto y mucho tiempo vivió con el remordimiento por no haberse dejado ganar, aunque fuera una sola vez, en el juego que tanto les gustaba a ambos.

miércoles, 10 de julio de 2019

CAFÉ CON UN EXTRAÑO

          Entré a aquel café distraída y con un paso rápido. Un hombre de cabello blanco que sostenía un café en una mano y un croissant en la otra, se detuvo para darme el paso, gesto que agradecí, pues no era común cruzarse con un hombre caballeroso. Me senté en una mesa solitaria y pedí a la camarera un café con leche y unas galletas. Mientras esperaba saqué un libro de mi bolso; ya casi terminaba de leerlo. Lo abrí y lo continué, por unos minutos interrumpida por la chica que trajo mi orden. Seguí leyendo mientras disfrutaba de mis galletas y sorbía mi bebida. Estaba tan absorta en mi lectura que la música y el suave bullicio de la gente desaparecieron. Pronto me di cuenta de tal silencio y levanté la vista.

          Parecía como si estuviera en un museo de cera. Todo a mi alrededor estaba paralizado, excepto el señor de cabello blanco... Sí, el caballero que me cedió el paso. Éste se encontraba escribiendo en una libreta. Volví a recorrer con la mirada el establecimiento. No lo podía creer. Todo estaba inmóvil. La mesera, de pie, con una bandeja en sus manos; un cliente leyendo el periódico; otra más, guardando su celular en su bolso; y así, los demás.
-¿Se ha dado cuenta? -Pregunté al señor.
-¿De qué? -Me respondió sin mirarme y sin dejar de escribir.
-¡Mire! -Ordené. -Todos están paralizados. ¿Qué ha sucedido?
-¡Ah! Es eso. No te preocupes.
-¿Qué tanto escribe? -Pregunté algo desesperada.
-Escribo historias.
-¿Historias?
-Así es, jovencita.
Yo seguía sin comprender nada. ¿Cómo era posible que nadie se moviera, como si fueran estatuas? ¿Y por qué aquel hombre parecía tan tranquilo? ¿Cómo podía seguir escribiendo como si nada sucediera?

          Puse atención a lo que escribía. Se trataba de una historia en la que una mujer enloquecía al descubrirse en un mundo en el que el tiempo se detenía. Tanta fue la locura de la protagonista, que la llevó a la muerte.
-¡Dígame que no es mi historia! -Le grité.
No hubo respuesta por parte del hombre. Él continuaba escribiendo. La angustia se apoderó de mí hasta que morí a causa de un paro respiratorio.




domingo, 7 de julio de 2019

LAIKA



          Cumplía diez años cuando Laika, una perrita pastor alemán, llegó a mi casa. Yo estaba feliz con el hermoso regalo que me hizo mi madre. Todos los días jugaba con ella y la alimentaba. Por las tardes, cuando llegaba de la escuela, me recibía con ladridos y moviendo la cola. En verdad que el amor era mutuo entre nosotras dos.

          Un sábado por la mañana, al abrir la cerca, Laika se escapó. Por más intentos que hice, no me obedeció. Mi madre y yo estábamos preocupadas, pensando que se podría perder; en cambio mi padre, quien me dio tremenda regañada, estaba furioso. Decía que seguramente regresaría preñada. Por fin, después de poco menos de una hora, Laika regresó y yo volví a ser feliz jugando con ella.

          Al poco tiempo, descubrimos que estaba esperando perritos. Yo, por supuesto, brincaba de alegría. Me daba mucha emoción imaginar a los bebés perritos. Mi madre se lo comunicó a mi padre, quien terriblemente enojado fue hasta donde yo acariciaba a Laika, que descansaba a mi lado.

-¡Maldita perra del demonio! -le gritó enloquecido. -Cuando nazcan tus perros, los voy a ahogar en una cubeta de agua. -la amenazó apuntándola con el índice.

Laika solo lo miraba. A mi ver, parecía temerosa.

          Los días siguieron su curso y Laika adoptó la mala costumbre de escarbar debajo de un pedazo que teníamos pavimentado en el jardín trasero. Sacaba tierra y la amontonaba a un lado. Mi madre la regañaba, pero Laika lo siguió haciendo.

          Una tarde comenzó a llover fortísimo; una verdadera tormenta nos azotaba. Le dije a mi madre que Laika aún estaba afuera. Fue hasta la puerta de la cocina para llamarla a gritos. Entonces, alcanzamos a escucharlos. Se oían ladridos de perritos.

-¡Ya nacieron! -gritó. -Parece que están en el hoyo. Tenemos que sacarlos de ahí o se ahogarán.

          Rápidamente mi madre le avisó a mi padre para que los rescatara. Cuando llegó al hoyo que Laika había cavado, se arrodilló y metió la mano para tratar de sacarlos, pero Laika le gruñía enojada y le tiraba mordidas. Después de varios intentos, regresó derrotado. Entonces mi madre fue y lo intentó.
-Laika, soy yo. Vamos... Llevemos a tus perritos adentro de la casa -le dijo cariñosamente.
Con un poco de desconfianza, dejó que sacara a sus tres cachorritos. Adentro, yo ya tenía su cama lista, hecha de colchas y toallas viejas.

          Laika se acomodó y sus perritos comenzaron a comer. Cuando mi padre se acercó a verlos, Laika ladró y gruñó enfurecida. Mi mamá se acercó a ella.
-Nada malo les va a suceder a tus hermosos cachorritos -le dijo acariciándola. -Te prometo que los cuidaremos y querremos como a ti.
Laika se tranquilizó y lágrimas brotaron de sus ojos.

          Dicen que los perros no piensan, pero yo estoy segura de que sí lo hacen.


viernes, 5 de julio de 2019

LA MALDICIÓN




          Era tanta la envidia que la bruja del pueblo sentía por Idalia, una muchacha bella por dentro y por fuera, que la condenó a vivir sembrada en un campo solitario. Solo el espejo que le dejó podría ayudarla. Si alguien se llegara a reflejar en él, la maldición pasaría a dicha persona y ella sería liberada. O si la malvada bruja moría, el hechizo se acabaría. Idalia esperaba el milagro. Mientras tanto, echaba raíces en el suelo que fuertemente la sujetaban a él y grandes ramas empezaron a nacer de su cabeza.

          Cada día, la tristeza crecía en su alma, al igual que las ramas de su cuerpo crecían largas y secas. Idalia temía convertirse en un árbol, pero no quería pasar su maldición a un inocente. Debía hacer algo para evitarlo. Quería salvarse sin perjudicar a nadie.

          Un día, un cuervo se paró en una de sus ramas.
-Eres el primer ser vivo que veo en mucho tiempo -le dijo con voz cansada.
-He venido por encargo de quien aquí te tiene -respondió el cuervo, mientras se mecía. -Quiere saber si aún vives.
Idalia suspiró tristemente y luego preguntó:
-¿Crees que es justo lo que me ha hecho?
El cuervo guardó silencio.
-¿Crees que es justo lo que a ti te hace? -insistió. -Te maltrata y te ordena hacer cosas, pero nunca es buena contigo.
-Tienes razón -respondió -debo cumplir con sus órdenes para poder poder salir de la jaula en la que me mantiene. Y no puedo escapar porque siempre me encuentra y me golpea.
-Debes ayudarme a acabar con este hechizo -le suplicó. -Planeemos algo.

          Tiempo después, luego de no llover por muchos años en ese lugar, milagrosamente llovió mucho, por muchos días, tanto que la tierra se humedeció muchísimo, al grado de hacerse fangosa. Toda la tierra alrededor de Idalia se había vuelto pantanosa. Ella estaba muy asustada, pues temía la eterna soledad. Ahora más que nunca, nadie se acercaría y estaría condenada a vivir como árbol para siempre. Lloraba su desgracia cuando vio a lo lejos al cuervo. Supuso que iría por indicaciones de la bruja y siguió sumida en su angustia.
-No puede ser que haya escapado esta muchacha -escuchó la enojada voz de la bruja entre los árboles lejanos de donde ella estaba.
-Compruébelo por usted misma -le respondió el cuervo desde los aires.
Tan grande era la furia de la terrible bruja, que corría cegada por la rabia y no se fijaba por dónde pisaba. De pronto se le dificultó caminar. Y cada vez que hacía esfuerzos por continuar iba sumergiéndose en el lodo. ¡Había caído en el pantano!
-¡No te quedes mirando! -gritó desesperada. -¡Ayúdame, maldito cuervo!

          El cuervo volaba dando giros, esperando a que por fin, ella fuera tragada por la aguas pantanosas. Ante la desesperación que la bruja sintió, olvidó sus poderes y solo fue capaz de luchar con fuerzas para salir de aquello, consiguiendo así, sumergirse más rápido.
Una vez que las aguas se vieron en completa calma, las ramas y raíces que habían crecido en Idalia, y que ya eran muy largas, se desprendieron de ella cayendo sobre las aguas y formando un camino sólido sobre ellas, que llegaban hasta terreno árido. El hechizo se había acabado y la muchacha, libre y feliz, pudo regresar a casa.


jueves, 4 de julio de 2019

ERÉNDIRA

        

          Envuelta en una toalla y con el pelo recogido, cubierto con otra, salió Eréndira del baño. Se Había dado una ducha con agua tibia, que muy bien le había caído. La temperatura era muy alta ya que la canícula había comenzado. Fue hasta el tocador y después de poner crema en todo su cuerpo, empezó a peinarse con esmero. Su cabello largo era uno de sus orgullos. A través del espejo vio los claveles que estaban en su mesita de noche. Sonrió. Fidel se las había regalado la noche anterior. Habían pasado una noche hermosa en la que él le propuso matrimonio y ella aceptó feliz. Quedaron en que ella se lo comunicaría a sus padres y fijaría una cita para que él fuera a hablar formalmente con ellos. Una vez que estuvo lista fue al comedor. Era hora de almorzar y seguramente sus padres ya estaban esperándola.

          Comían, cuando su padre, un hombre poco despistado preguntó:
-¿Quién es Fidel? -Y antes de que alguien pudiera responder, continuó: -Dicen que amaneció muerto en el camino hacia el pueblo. Parece que le dieron dos puñaladas.
Eréndira palideció. No pudo emitir palabra alguna. Solo fue capaz de romper en llanto. Su madre le pidió silencio y abrazó a su hija, ayudándola a ir a su habitación. La acompañó todo el tiempo hasta que por fin y con mucho esfuerzo, recuperó la calma.

          Desde ese día, Eréndira no volvió a ser la misma. No volvió a ser capaz de sentir amor por nadie más. En algunas ocasiones se dio la oportunidad de conocer gente y llegó a salir con algunos chicos que le simpatizaban, pero no consiguió enamorarse de ninguno. Y es que siempre buscó encontrar la mirada de Fidel, sentir la forma en que él le acariciaba las manos. Deseaba escuchar palabras bonitas como las que él le decía, algo imposible, porque cada hombre tiene una forma especial de conquistar a las mujeres. Eréndira nunca aprendió a ver y a valorar lo bueno de cada uno de ellos, para así, poder enamorarse otra vez.

          Hoy han pasado muchos años y sola se ha quedado. Vive con el recuerdo de su amado Fidel.


EN EL SILLÓN




Este sillón es mi cómplice. Sí, este sillón antiguo, forrado en terciopelo verde, con botones dorados y patas de madera cafés es quien sabe mi historia completa. Muchas veces se humedeció con mis lágrimas y ahora, aún después de mucho tiempo, en silencio escucha mis lecturas. Todos los días, en su compañía, leo las cartas que mi difunto esposo me envió por varios meses, mientras estuvo en la guerra, ésa maldita guerra que acabó con todas mis ilusiones y me llenó de inquietud e inseguridad. Las cartas, junto con algunas forots son todo lo que me queda de él y es por eso que las guardo en unas lindas cajas, como mi más grande tesoro.

En ocasiones, cuando las tardes se tornan grises y el cielo lanza algunas lágrimas, me siento sobre el verde y ajado regazo de mi buen amigo y escojo al azar una carta. Las leo despacio y en voz alta, disfrutando de cada una de las letras que hay escritas en ella. La emoción me hace su presa y la voz se me quiebra con cada palabra de mi amor valiente. En una carta me describía su ansiedad porque aquella guerra terminara pronto para poder volver a mis brazos. Me decía que yo era el motivo por el que luchaba por mantenerse vivo y que rezaba todas las noches por volver pronto. Mis ojos se anegaron de llanto al leer aquello y no pude más que acurrucarme en mi sillón, que como siempre me confortó como solo él sabía hacerlo.

Han pasado muchos años desde que el hombre de mi vida volvió en silencio... Años en los que yo he sufrido por ese regreso en silencio que fue su partida definitiva y a través de los cuales siempre me he preguntado por qué la vida me lo arrebató.





miércoles, 3 de julio de 2019

LA MUÑECA

Limpiaba mi habitación, que a decir verdad, llevaba un par de semanas sin asearla debido a la gran cantidad de trabajo que tenía, empezando por organizar el tocador y luego las mesitas de noche que estaban una a cada lado de la cama. Rápidamente llené una bolsa mediana con basura. Cuando empecé a sacudir los muebles escuché unos golpes que provenían del armario. Volteé a mirar en esa dirección en silencio e interrumpiendo mis tareas; me acerqué sigilosamente, con mucho cuidado y lo abrí de un golpe. Una caja vieja se movía débilmente. Pensé que habría un ratón dentro, pero luego descarté esa idea. Si la caja estaba completamente cerrada, no había forma de que algún roedor se huebiera metido en ella. Así que la tomé y la llevé a la cama. La cajita no dejaba de moverse, cada vez más fuerte y la abrí.  

─¡Por fin! ─exclamó la muñeca que mi mamá me compró en una venta de garaje cuando tenía 5 años. Recuerdo que la muñeca, que era de trapo, solo tenía un ojo y el estambre negro, que era su pelo, completamente enredado. Mi mamá no quería comprarla porque decía que estaba muy fea y vieja, pero yo comencé a llorar y decidí no moverme del lugar hasta conseguir que me la comprara.  ─¡Cómo has crecido! ─me dijo sorprendida, mirándome con el único ojo que aún conservaba.

Un poco asustada, volví a meterla en la caja y apreté con fuerza la tapa para evitar que volviera a salir.

─¡No, por favor! ─gritó. ─No quiero estar otros 20 años encerrada.

La saqué y abracé con cariño. Al sentirla entre mis brazos, pegada a mi pecho, los recuerdos de aquella infancia feliz me invadieron. Nunca tuve juguetes nuevos ni de lujo, pero tampoco me hicieron falta. Con esta muñeca defectuosa y sencilla tuve muchas alegrías y mis juegos con ella siempre fueron maravillosos.

─Solo eres un juguete y por eso te tengo guardada ─le dije mientras le arreglaba el pelo, que a pesar de los años, estaba mucho mejor que cuando la compramos. Mi mamá la había lavado y luego le deshizo las trenzas, peinó el estambre con cuidado y luego lo volvió a trenzar.

─Hagamos un trato ─me dijo sonriendo y guiñándome su ojo solitario.

─Déjame ser la muñeca de tu hija. Ahora quiero dormir en sus brazos como tiempo atrás lo hice en los tuyos. Tú lo has dicho... Soy un juguete y mi función es divertir, no estar guardada.

La besé emocionada hasta las lágrimas.  Pronto se la regalé a mi niña y le conté la historia que había entre ella y yo. Ella aceptó feliz y me pidió hacerle otro ojo, igual al que ya tenía y que le compráramos ropa para vestirla. La muñeca sonrió.



Bienvenidos a mi blog, desde donde trataré de plasmar lo que mis delirios me dicten.