martes, 16 de julio de 2019

REMORDIMIENTO

          Aquel par de hombres se reunía cada sábado a jugar ajedrez. Yo los miraba de lejos mientras veía la televisión. Uno de ellos, un anciano de cabello totalmente blanco y que caminaba con bastón, era don José, el vecino. El otro, mi abuelo, varios años menor que su adversario. Duraban muchas horas jugando. Nunca hablaban. Yo me preguntaba qué hacían con la vista fija en esas figuras sobre una base con cuadros blancos y negros. Pero al parecer, ellos dos disfrutaban eso tan aburrido. Cada vez que terminaban de jugar, don José golpeaba molesto el piso con su bastón, y después de un apretón de manos con mi abuelo, se retiraba lentamente y cabizbajo. Esto se repetía todos los sábados.

          Una ocasión me sorprendió que no golpeara el piso, pero con mucha tristeza le dijo a mi abuelo: “Yo me voy a morir sin ganarle una sola partida, don Leandro.” Mi abuelo, sonrió dándole una palmada en la espalda corva.

          El sábado siguiente, mi abuelo le dijo a mi madre: “Hoy me voy a dejar ganar. Quiero que don José se vaya contento.” Quien llegó fue uno de los hijos de aquel hombre, a avisar que su padre había fallecido esa mañana. Mi abuelo no pudo contener el llanto y mucho tiempo vivió con el remordimiento por no haberse dejado ganar, aunque fuera una sola vez, en el juego que tanto les gustaba a ambos.

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