miércoles, 3 de julio de 2019

LA MUÑECA

Limpiaba mi habitación, que a decir verdad, llevaba un par de semanas sin asearla debido a la gran cantidad de trabajo que tenía, empezando por organizar el tocador y luego las mesitas de noche que estaban una a cada lado de la cama. Rápidamente llené una bolsa mediana con basura. Cuando empecé a sacudir los muebles escuché unos golpes que provenían del armario. Volteé a mirar en esa dirección en silencio e interrumpiendo mis tareas; me acerqué sigilosamente, con mucho cuidado y lo abrí de un golpe. Una caja vieja se movía débilmente. Pensé que habría un ratón dentro, pero luego descarté esa idea. Si la caja estaba completamente cerrada, no había forma de que algún roedor se huebiera metido en ella. Así que la tomé y la llevé a la cama. La cajita no dejaba de moverse, cada vez más fuerte y la abrí.  

─¡Por fin! ─exclamó la muñeca que mi mamá me compró en una venta de garaje cuando tenía 5 años. Recuerdo que la muñeca, que era de trapo, solo tenía un ojo y el estambre negro, que era su pelo, completamente enredado. Mi mamá no quería comprarla porque decía que estaba muy fea y vieja, pero yo comencé a llorar y decidí no moverme del lugar hasta conseguir que me la comprara.  ─¡Cómo has crecido! ─me dijo sorprendida, mirándome con el único ojo que aún conservaba.

Un poco asustada, volví a meterla en la caja y apreté con fuerza la tapa para evitar que volviera a salir.

─¡No, por favor! ─gritó. ─No quiero estar otros 20 años encerrada.

La saqué y abracé con cariño. Al sentirla entre mis brazos, pegada a mi pecho, los recuerdos de aquella infancia feliz me invadieron. Nunca tuve juguetes nuevos ni de lujo, pero tampoco me hicieron falta. Con esta muñeca defectuosa y sencilla tuve muchas alegrías y mis juegos con ella siempre fueron maravillosos.

─Solo eres un juguete y por eso te tengo guardada ─le dije mientras le arreglaba el pelo, que a pesar de los años, estaba mucho mejor que cuando la compramos. Mi mamá la había lavado y luego le deshizo las trenzas, peinó el estambre con cuidado y luego lo volvió a trenzar.

─Hagamos un trato ─me dijo sonriendo y guiñándome su ojo solitario.

─Déjame ser la muñeca de tu hija. Ahora quiero dormir en sus brazos como tiempo atrás lo hice en los tuyos. Tú lo has dicho... Soy un juguete y mi función es divertir, no estar guardada.

La besé emocionada hasta las lágrimas.  Pronto se la regalé a mi niña y le conté la historia que había entre ella y yo. Ella aceptó feliz y me pidió hacerle otro ojo, igual al que ya tenía y que le compráramos ropa para vestirla. La muñeca sonrió.



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