─¡Por fin! ─exclamó la muñeca que mi mamá me compró en una venta de garaje cuando tenía 5 años. Recuerdo que la muñeca, que era de trapo, solo tenía un ojo y el estambre negro, que era su pelo, completamente enredado. Mi mamá no quería comprarla porque decía que estaba muy fea y vieja, pero yo comencé a llorar y decidí no moverme del lugar hasta conseguir que me la comprara. ─¡Cómo has crecido! ─me dijo sorprendida, mirándome con el único ojo que aún conservaba.
Un poco asustada, volví a meterla en la caja y apreté con fuerza la tapa para evitar que volviera a salir.
─¡No, por favor! ─gritó. ─No quiero estar otros 20 años encerrada.
La saqué y abracé con cariño. Al sentirla entre mis brazos, pegada a mi pecho, los recuerdos de aquella infancia feliz me invadieron. Nunca tuve juguetes nuevos ni de lujo, pero tampoco me hicieron falta. Con esta muñeca defectuosa y sencilla tuve muchas alegrías y mis juegos con ella siempre fueron maravillosos.
─Solo eres un juguete y por eso te tengo guardada ─le dije mientras le arreglaba el pelo, que a pesar de los años, estaba mucho mejor que cuando la compramos. Mi mamá la había lavado y luego le deshizo las trenzas, peinó el estambre con cuidado y luego lo volvió a trenzar.
─Hagamos un trato ─me dijo sonriendo y guiñándome su ojo solitario.
─Déjame ser la muñeca de tu hija. Ahora quiero dormir en sus brazos como tiempo atrás lo hice en los tuyos. Tú lo has dicho... Soy un juguete y mi función es divertir, no estar guardada.
La besé emocionada hasta las lágrimas. Pronto se la regalé a mi niña y le conté la historia que había entre ella y yo. Ella aceptó feliz y me pidió hacerle otro ojo, igual al que ya tenía y que le compráramos ropa para vestirla. La muñeca sonrió.
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