sábado, 12 de octubre de 2019

UN CASO POCO COMÚN




          Felipe siempre había sentido que le faltaba algo y muchas noches se había sentido legítimamente mal. Su vida había sido siempre sencilla. Tenía una familia amorosa, una esposa que lo amaba, una hermosa casa y un buen empleo. Sin embargo, ese hueco que sentía en medio del pecho, cada vez era más frecuente y le producía una inmensa nostalgia por algo que no sabía qué era. Preocupado y en absoluto secreto, acudió a ver a un psiquiatra. Tal vez necesitaba ayuda profesional. El doctor Ramírez era un psiquiatra de renombre, especialista decían, en casos poco comunes. Tuvo suerte en conseguir una cita y al llegar al consultorio fue directamente al baño. El corazón le latía apresuradamente y por su frente corrían pequeñas gotas de sudor. Se lavó la cara y se miró al espejo repitiéndose que no tendría nada grave; que quizás se trataba de un problema de estrés. Una vez que se tranquilizó, fue a donde la recepcionista para registrarse y se sentó a esperar a que lo llamaran. Mientras tanto, observó a su alrededor, las paredes eran blancas y sin un solo adorno, excepto un reloj que pendía de una de ellas. Sin saber por qué, ver ese color en las paredes lo inquietó. Entonces oyó su nombre.

          Cuando entró al despacho del doctor Ramírez y vio que ahí también las paredes eran blancas, se alteró y sintió una opresión muy fuerte en el pecho. Tuvo que sentarse en la silla, dejando al doctor con la mano extendida. Éste le dio un vaso de agua y le preguntó si se sentía mejor.
-Sí. Está pasando -respondió Felipe haciendo ejercicios de respiración.
-Me parece que se ha equivocado de especialista. En lugar de un psiquiatra, creo que lo que usted necesita es un cardiólogo -dijo el doctor mirándolo preocupado.
-No me he equivocado -respondió débilmente -Esto nunca me había sucedido. Estoy aquí porque hay algo que me molesta. Se trata de una rara sensación. Siento un vacío en el pecho... algo verdaderamente molesto. Es como si me faltara algo.
-¿Me dice que lo que sintió hace un momento, nunca le había sucedido?
-Jamás. Creo que se debió a ver tanto blanco en estas oficinas tan pequeñas.
Siempre me ha molestado ese color.
-¿Lo incomoda el color blanco, al grado de producirle un fuerte dolor en el pecho? -Insistió el doctor.
-¡No lo sé! -Casi gritó. -Siempre me ha molestado, causándome ansiedad. Pero olvidemos eso y volvamos a lo que me ha traído hasta aquí.

          El galeno rodeó el escritorio y se sentó en su sillón negro. Abrió una libreta y tomó un bolígrafo. Lo miró fijamente, suspiró y se acomodó en el asiento.
-¿En qué está pensando cuando siente esa sensación de vacío en el pecho? -Preguntó sin quitarle la mirada.
-En todo y nada -respondió un poco irritado. -En todo momento siento que algo me falta y no es porque piense en algo concreto.
-¿Lo siente siempre?
-Todo el tiempo. Aunque... -Felipe guardó silencio.
-Aunque, ¿qué?
-A veces es mucho más intensa la sensación.
-¿Cuándo es que se intensifica?
-No lo sé. En este momento no recuerdo cuándo, exactamente.
El doctor Ramírez bajó la mirada y jugueteó unos segundos con el bolígrafo en sus manos.
-Venga, por favor -le dijo levantándose del sillón.
Felipe se acostó en un diván negro que hacía juego con el sillón del doctor. Era muy cómodo. Luego, el médico puso música suave y relajante a un volumen muy bajito. Le pidió a Felipe que cerrara los ojos y respirara normal, hasta que se relajara. El doctor se sentó en un sillón beige que contrastaba con los otros y que estaba al lado del diván y comenzó con su trabajo.
-Cuénteme sobre algo que haya sucedido en su vida hace cinco años.
-Hace cinco años nació mi hija Leonora. Llegó sorpresivamente a nuestras vidas, cuando estábamos convencidos de que mi esposa era estéril.
-¿Algo que recuerde en esas fechas, que haya sido negativo?
-No. Nada serio.
-Bien. Vayamos cinco años más atrás. ¿Qué recuerda?
-Ya estaba casado y por ese entonces conseguí la gerencia de la compañía para la que trabajo.
-Bien -dijo el psiquiatra mientras hacía anotaciones en su libreta. -Hace veinte años... Cuénteme, ¿qué recuerda?
-¿Qué tienen que ver mis recuerdos con el vacío en mi pecho? -Preguntó Felipe, enderezándose en el diván.
-Tranquilo. Recuéstese, por favor. Simplemente responda.
-No recuerdo nada. Veinte años es mucho tiempo -respondió impaciente.
 -Serénese. Tome su tiempo.
Y después de unos segundos le preguntó: -¿Qué imagen ve de hace veinte años atrás?
-Veo una habitación pequeña con paredes blancas. Blancas sin una sola mancha y sin un solo adorno.
-¿Qué más ve? -preguntó Ramírez con voz suave.
-Estoy escuchando el ruido de una lavadora y una secadora... Como si estuviera en una lavandería.
-Siga, por favor -insistió, amable, el doctor.
-Hay una mujer en ropa interior.
-Sí...
Felipe se enderezó bruscamente y con la respiración agitada. El sudor corría por su frente, y comenzó a caminar alrededor de la habitación.
-No puedo. Lo siento. No puedo recordar más -dijo llevándose una mano a la cabeza y la otra a la cintura.
-Sí puede. Si de verdad quiere saber qué es lo que le sucede con esa sensación rara en su pecho, debe armarse de valor y recordar.  Vuelva a acostarse y volvamos a intentarlo, ¿quiere?
Felipe volvió al diván sin decir nada. Trató de normalizar su respiración y de poner en blanco su mente.
-¿Qué sucede con la mujer en ropa interior? -Preguntó el doctor.
-Me parece que se me está ofreciendo. Me coquetea abiertamente. Me acerco e intento besarla. Ella me rechaza, yo insisto y ella, haciéndose la ofendida, me abofetea. La ira me hace su presa y la golpeo  -dice Felipe agitado. -Me trepo encima de ella y trato de violarla. Desesperada, ella me muerde los labios con todas sus fuerzas hasta hacerme sangrar. Aprovecha que yo me estoy limpiando la sangre para querer escapar. La alcanzo y la tiro bruscamente al suelo. Ella hace intentos para gritar y yo le tapo la boca con todas mis fuerzas. Mi mano era muy grande para su cara. También le tapé la nariz. La solté hasta que dejó de moverse.
Felipe abrió los ojos aterrado. Se sentó en el sillón llorando. -¡La maté! ¡Asesiné a mi propia prima!

          El doctor Ramírez lo miraba impasible. Quería que Felipe continuara solo, sin sentirse presionado. Felipe no cesaba en su llanto. Después de un largo rato, un poco más calmado, continuó: - Esperé a que oscureciera para arrastrar su cuerpo hasta el coche. La subí y la llevé a casa de mi abuela, que en ese tiempo estaba pasando unos días con una de sus hijas, y la enterré en el centro del jardín. Al día siguiente fui por rosales y los sembré encima de la tumba, para disfrazar la tierra removida. Le dije a mi abuela que era mi regalo de cumpleaños. Nadie nunca volvió a saber de Edith. Toda la familia estaba consternada. Su madre siempre vivió con la angustia de no saber dónde estaba su hija -dijo con el rostro desencajado y sin dejar de llorar.
-¿Ha descubierto qué es ese vacío en su pecho, Felipe? -Preguntó el doctor Ramírez.
-Por fin lo sé. Es paz lo que necesito. Debo confesar mi crimen y decirle a mi tía dónde está su hija. Y por supuesto, debo pagar por lo que hice, para llenar de paz este maldito hueco.

          El doctor Ramírez sonrió triste y satisfecho a la vez. Un paciente más, que gracias a él, se reencontraba con sus más recónditos secretos.




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