lunes, 16 de agosto de 2021

LA DAMA DE LAS ORQUÍDEAS

 



          Con el pelo bien peinado y la carita muy limpia, yacía una hermosa niña en un pequeño y elegante ataúd blanco. Los sollozos de su madre provenían de los asientos frontales de la funeraria, que estaba completamente llena de dolientes silenciosos. Cuando el servicio fúnebre terminó, todos se dirigieron al panteón donde descansaría eternamente la pequeña. Sus padres, abrazados entre ellos, lloraban inconsolables ante la pérdida de su única hija.

 

          Karina estuvo muchos días en cama. La tristeza que llevaba en su alma pesaba mucho, impidiéndole levantarse. Su marido trataba de consolarla y reconfortarla sin éxito. Finalmente, con todo el dolor de su corazón, él tuvo que volver a sus labores cotidianas, no sin mucha preocupación por su mujer.

-Debes ser fuerte -le dijo antes de retirarse. -Yo también estoy sufriendo pero debemos seguir adelante. Estoy seguro que la nena estará feliz si nos ve salir adelante.

 

          Poco a poco, Karina fue recuperando fuerzas físicas, aunque anímicamente se sentía muy mal. Sentía haber perdido las ganas de vivir. Pasaba horas enteras en la habitación de su hija, mirando fotos, acomodando su ropita y juguetes. Abrazaba sus colchas llevándoselas a la nariz para olerlas mientras rompía en llanto. Cuando se sentaban a la mesa, le era inevitable llorar al ver la tercera silla vacía. Muchas noches renegó mirando el cielo.

-¿Por qué? -Preguntaba llena de rabia mirando al cielo. -¿Dices que amas a tus hijos por igual y me has causado el peor dolor que una madre puede tener. ¿Será porque eres un Dios injusto y perverso? -gritó entre lágrimas abundantes.

 

          Los meses pasaban y Karina no encontraba alivio para su pena. Ni siquiera conversaba con su esposo; solo hablaba con él para lo más elemental. Entonces una noche cálida que no podía conciliar el sueño, se levantó de la cama y fue a abrir la ventana. Se recargó en el marco escuchando los sonidos de la noche  disfrutando el suave viento que acariciaba su cara y pecho. Percibió un delicado aroma que no supo identificar pero que llamó poderosamente su atención. La atraía de tal forma, que fue a ponerse su bata y salió de la casa. Caminó entre las plantas del jardín y llegó a los límites de su propiedad. El olor era más intenso y cruzó la calle para internarse en el terreno donde varios voluntarios de la colonia sembraban diferentes tipos de hierbas y plantas. Caminó muy atenta, tratando de localizar lo que producía esa fragancia.

 

          Por fin lo encontró. Era una planta con flores bellísimas. Se acercó a ellas y aspiró profundamente. ¡Era el olor de su pequeña! ¡Las flores despedían el olor de su pequeñita! Desde entonces, se unió a los voluntarios de la comunidad, pidiéndoles que la dejaran hacerse cargo de esas flores. Todos los días les dedicaba varias horas y platicaba con ellas amorosamente. Y todas las noches, iba un rato a olerlas y luego miraba al cielo, dedicándole una sonrisa. Volvió a encontrar un motivo para ser feliz y la relación con su esposo mejoró muchísimo. Era tanto su amor y cuidado para con las flores, que pronto la llamaron La Dama de las Orquídeas.



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