martes, 17 de agosto de 2021

ANGUSTIOSA CARRERA



 

          Jadeando de cansancio, una anciana corría despavorida después de haber encontrado unos pantalones semienterrados junto a un zapato sobre la tierra. Al principio se quedó mirando, pero cuando vio que un hombre con un machete y la ropa ensangrentada se aproximaba, se retiró de ahí a toda pisa. Se encontraba en medio de un maizal y en su carrera, las hojas de los elotes golpeaban su cara y cuerpo; aún así no se detuvo. Estaba a punto de anochecer y temía por su vida. Con el miedo a flor de piel, no se fijaba en el suelo, solo miraba al frente de ella y ocasionalmente volteaba para asegurarse de que nadie la seguía. La oscuridad, que ya se hacía presente, no estaba ayudando y pisó un hoyo, lastimándose muy fuerte el tobillo.

 

          Caminaba lo más rápido que el dolor le permitía y mientras avanzaba, no se cansaba de arrepentirse por haber decidido regresar a pie a su casa. De pronto se sobresaltó al escuchar que los elotes se movían. Rápido se puso en cuclillas y esperó quieta, sin moverse. Estaba aterrada y tenía miedo de que los latidos de su corazón la delataran, pues ella los escuchaba a todo volumen. Volvió a escuchar el mismo ruido, descubriendo que era un cuervo el que estaba sobre una de las plantas y lo estaba picoteando. Como pudo se levantó y siguió caminando. El pie se le estaba hinchando y cada vez le dolía más.

 

          Empezaba a cojear cuando escuchó un ruido horrible detrás de ella y sintió que algo le movía el pelo. Un escalofrío recorrió su espalda haciéndola estremecer y cayó al suelo. Había sido una lechuza que pasó volando sobre de ella, acabando con la poca cordura que le quedaba. Empezó a llorar y gritaba de miedo cada vez que escuchaba algo. Entonces, un conejo se le atravesó haciéndola caer nuevamente. Esta vez escuchó tronar los huesos del pie y el dolor fue tan intenso que comenzó a gritar. Como ya no podía caminar, empezó a arrastrarse mientras rezaba para que Dios se apiadara de ella y cuando creía que todo estaba perdido, llegó a la carretera.

 

          Con la esperanza de que algún coche pasará y la auxiliaran, se apoyó en una roca gigante que encontró y con mucho esfuerzo se fue levantando. Estaba extremadamente cansada y muy dolorida del pie lastimado. No tardó mucho en ver las luces de un auto aproximándose. Como pudo se acomodó de tal forma que el conductor la pudiera ver e hizo señas con las manos. Se sentó llorando sobre la piedra cuando el chofer se orilló a su lado. Estaba dando gracias a Dios cuando se dio cuenta de que el hombre que había llegado era el mismo del que estaba huyendo. Incapaz de moverse por el terror que la invadía, vió cómo éste sacaba una pala del maletero, siendo unos golpes en la cabeza, los últimos dolores que sintió en su vida.


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