domingo, 5 de septiembre de 2021

EL COMPAÑERO DE VIAJE

 



          Linda caminaba a toda prisa por las calles del pueblo donde había nacido. Se le veía muy nerviosa y miraba para todos lados angustiada. Su padre le había dicho que la encerraría en un convento por querer casarse con un hombre capitalino y varios años mayor que ella y con tres hijos. Decidió escaparse de casa antes de que su padre cumpliera con la promesa, así que tomó el dinero que José le había dejado para los preparativos de la boda y huyó. Llegó a la estación de autobuses pero el próximo bus que iba para la capital, salía hasta las nueve de la noche. Faltaban diez horas para eso. Salió y abordó un taxi que la llevó a la estación d ferrocarriles. Faltaban quince minutos para que saliera el próximo tren y no teniendo mucho tiempo, compró el boleto y llegó corriendo hasta él.


          Le tocó sentarse junto a la ventanilla. Junto a ella, del lado del pasillo, iba un señor mayor que vestía pantalón negro y camisa gris, con un sombrero negro de lana y unos brillantes zapatos bostonianos del mismo color. Linda miró hacía afuera por la ventanilla y fue, hasta que el tren comenzó a avanzar, que se sintió segura. Lágrimas de tristeza caían por sus mejillas al pensar en su madre y sus hermanos, pero estaba decidida a dejarlo todo por el amor de su vida. Después de unas dos horas, el hombre sacó dos sándwiches y dos botellas de refresco de su maleta y le ofreció un par a la muchacha. Ella le agradeció y se negó a aceptarlos.

-Anda, se que tienes hambre y el camino es largo. No desconfíes -le dijo dándole la comida.


Comieron en silencio y al poco rato ella empezó a tiritar. La temperatura comenzaba a enfriar mientras más se alejaban del norte del país en dirección al sur.

-Toma - le ofreció el hombre una manta calientita. -Me llamo Benjamín Torres.

¿Nunca habías viajado para estos rumbos.

-Es la primera vez que lo hago -respondió un poco neviosa.

-¿Por qué no traes equipaje? -preguntó asombrado.

-Es una larga historia de la que prefiero no hablar -respondió ella.


          Linda sintió algo que hizo que le tuviera confianza al hombre, quien parecía una buena persona y le dijo que iba a reunirse con su novio para casarse allá en la capital. Le dijo que José vivía en la colonia Lomas de Plateros.

-¡Yo vivo en esa colonia! -le dijo el hombre, sorprendido. -Vivo en el edificio Obregón, apartamento 31.

-Mire -le mostró una foto. -Éste es José, mi novio.

-Pero claro, ¡lo he visto! Vive con sus hijos... una niña y dos niños.


          Linda se sintió muy contenta de que el hombre conociera a su novio y a su familia. Entonces se dio cuenta de que la gente de los otros asientos la miraban de forma extraña, pero no los tomó en cuenta. Por la mañana, cuando llegaron a la capital, el hombre se ofreció a acompañarla hasta su destino y ella aceptó encantada. Cuando iban en el taxi, platicaba muy entusiasmada. Le decía a su compañero de viaje que estaba segura de que José se iba a poner muy contento porque él la había acompañado. Esa vez también notó que el chofer la miraba por el espejo retrovisor un poco desconcertado. Pronto llegaron a la unidad de edificios.

-Ésos son los hijos de tu novio -le dijo señalando a tres muchachitos que jugaban en los columpios.

          Se encaminó hacia ellos y cuando los niños la vieron, la reconocieron y corrieron hasta ella. La recibieron muy contentos y le dijeron que su padre les enseñaba fotos de ella. Entonces Linda se acordó de su acompañante y al voltear, él ya no estaba. Por la tarde, cuando José regresó del trabajo y la vio, no pudo disimular su sorpresa y alegría. Ella le contó lo sucedido con su padre. Luego le dijo que conoció a un hombre muy amable que dijo ser vecino del edificio y la había ayudado a llegar hasta allí. José le dijo que al día siguiente irían a darle las gracias.


          Cuando llegaron a la dirección que el hombre le había dado a Linda, llamaron a la puerta varias veces, sin que nadie atendiera. Una señora, que iba llegando al apartamento de al lado, les dijo que nadie vivía ahí, que el dueño había muerto dos años atrás. Extrañados, fueron a la oficina a preguntar por la dirección del hombre.

-El señor Benjamín vivió en el apartamento 31 hasta el día de su muerte, que fue hace dos años. Nadie ha venido a reclamar la propiedad -dijo la administradora de los edificios.


          Linda y José se retiraron muy sorprendidos. Llegaron a la conclusión de que quizás fue un ángel quien la cuidó durante el viaje hacia su nueva vida.



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