sábado, 25 de septiembre de 2021

¿CULPABLE O INOCENTE?

 



 

          Su cabeza era un caos. Por más que le daba vueltas al asunto, la mujer no se explicaba cómo se había ahogado su hermano en la piscina. Caminaba de un lado a otro en la pequeña celda donde se encontraba detenida. La policía la consideró la principal sospechosa de la muerte del joven nadador, pues recibieron una llamada anónima de que una mujer estaba ahogando a un hombre y cuando los encargados del orden llegaron, al no obtener respuesta, entraron por la puerta del jardín que se encontraba abierta y encontraron a la mujer acostada en una tumbona con los ojos cerrados y unos auriculares en los oídos, y a un hombre muerto flotando boca abajo en la piscina.

          La mujer lloraba y juraba no haber matado a su hermano. Los dos salieron a nadar y después de un rato, ella fue a tomar el sol en una de las tumbonas y se quedó dormida. No se percató de nada porque los auriculares sonaban música en sus oídos. Los detectives la interrogaron muchas veces y ella siempre dio la misma versión, pero no lograba convencerlos con su historia. Les resultaba muy difícil creer que no se hubiera dado cuenta de nada.

           A ella también le parecía todo muy raro. Alguien lo había asesinado. Eso era seguro pues el joven era un magnífico nadador. Recordó sus últimas vacaciones con sus padres en la playa. Él se adentró mucho en el mar, al grado de que solo alcanzaban a ver un puntito en la lejanía, siendo, el ahora difunto, quien nadaba excelentemente a lo lejos. Muchas veces nadó en el mar y en varios ríos, siendo un imposible que se ahogara en una piscina casera.  La chica tenía dolor de cabeza y sintió un vértigo que la obligó a sentarse en la fría silla de la celda.

          Le permitieron hacer una llamada y se comunicó con su mejor amiga para que ésta llamara a sus padres que estaban de vacaciones en Bélgica. Sufría también al imaginarse a sus padres escuchando la noticia: Su hijo muerto y su hija en la cárcel como sospechosa. Sería un golpe muy fuerte para ellos. En eso pensaba cuando escuchó unos pasos bajando por los escalones que venían de la planta alta, donde se encontraban las oficinas. Entonces vió a una mujer policía que se dirigió hacia ella. Le puso las esposas en las manos y pies, conectadas ambas con una cadena. Luego la hizo acompañarla arriba al cuarto donde ya la habían interrogado varias veces.

          Los detectives la interrogaban de tal forma que parecía que lo único que querían era que confesara el crimen para acabar con el asunto, pero no estaba dispuesta a confesar algo que no cometió. Las preguntas eran insistentes e incisivas. Muchas de ellas eran preguntas malintencionadas, buscándola confundir para que cometiera algún error, pero eso no pasaría pues ella sabía perfectamente lo que había hecho. Varias veces le levantaron la voz, llegándole a gritar y golpearon la mesa tratando de intimidarla. Por un momento se sintió como Andrómeda, cuando la encadenaron a una piedra para que un monstruo acabara con su vida. Pero debía ser fuerte y soportar todo eso hasta que se descubriera la verdad.

          Cuando por fin la devolvieron a la celda se acostó muy cansada en el duro catre y en posición fetal cerró los ojos y siguió pensando en su hermano. Recordó lo mimoso que era con ella. Ambos se querían mucho. Él era el mayor y siempre la cuidó y consintió mucho. Toda la familia estaba muy orgullosa de él, de sus logros como nadador. A ella le decían que debía seguir el ejemplo de su hermano, hacer algo productivo con su vida, pero a ella no le gustaba el deporte, ni las artes, ni trabajar. Lo que le gustaba era ir a las discotecas cada fin de semana, cosa que no les agradaba mucho ni a sus padres ni a ningún familiar. Luego de un rato se quedó profundamente dormida. Entonces empezó a soñar.

          En sus sueños, una mariposa volaba cerca de ella hasta acercarse a su oído y susurrarle: «¿Crees conseguirlo?».

          De inmediato despertó jadeando y sudando. Ya no pudo volver a dormirse. Por la mañana le preguntó a una de las celadoras si habría forma de que le consiguiera un café exprés, a lo que ésta le contestó que no se encontraba en un hotel, sino en la cárcel. La chica guardó silencio, pero en verdad necesitaba un café para seguir pensando y analizando su situación. Al día siguiente llegó su padre. Le dijo que del aeropuerto se había ido directamente hasta con ella, para verla y ver cómo estaba. Le dijo que su madre fue a la morgue y después iría a casa. El hombre se miraba muy preocupado, pues al parecer, la situación de su hija era complicada. Cuando el tiempo de la visita terminó, el hombre se despidió de su hija, prometiendo regresar al día siguiente con su madre.

          Al llegar a su casa, encontró a su mujer sentada en la orilla de la cama, deshecha en llanto.

-¿Qué sucede? -le preguntó su esposo, abrazándola.

-Es un reptil -respondió entre sollozos.

-No entiendo.

- Nuestra hija es una maldita víbora -dijo sin dejar de llorar. -Lee esto -le pidió a su marido, entregándole unas notas.

“Pronto llegará tu final. ¡Me tienes harta!”, estaba escrito en el primer pedazo de papel.

“Mañana será el gran día. Dejarás este mundo y no serás más, el favorito de la familia", rezaba el segundo papelito.

-Es la letra de nuestra hija - dijo el hombre sentándose junto a su mujer, llorando y abrazándola.

          No se explicaban por qué lo había hecho. A los dos los querían por igual. Al día siguiente, al visitarla le dijeron que sabían todo. La muchacha se defendió argumentando que era una trampa de alguien para culparla a ella. Después de largo rato, convenció a sus padres, quienes le pidieron perdón por haber dudado de ella. Le juraron que harían todo lo posible por limpiar su imagen y sacarla de ahí lo más pronto posible. Cuando se retiraron, la muchacha se tumbó en el catre y empezó a cantar en voz baja:

“Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar y diles que yo no fuí”.


2 comentarios: