La tierra temblaba siempre que los caballos,
conducidos por abusivos gobernantes,
invadían las calles, siendo los causantes
de las desgracias provocadas por sus fallos.
Cansado de las maldades en su ciudad
el libertador se levantó de su tumba
para acabar con todo aquello que derrumba
al pueblo robándole su tranquilidad.
Luciendo un rostro descompuesto y espectral,
con la espada desenvainada muy brillante
alcanzó a los abusivos en un instante
cortándoles la cabeza de forma bestial.
Con las manos y cara manchadas de sangre
volvió el justicieron a su lugar de resposo
para gozar del descanso eterno y dichoso
hasta que los sátrapas vuelvan al desangre.
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