Coronas y flores anaranjadas
reposan sobfe el antiguo reloj
que las horas y minutos marcó
puntualmente sin poder descansar.
Todos los días y en todo momento
su tic–tac se escuchó incesantemente
hasta que las manecillas se hartaron
de la indiscriminada esclavitud.
Despacio disminuyeron sus pasos
entristeciendo al director del tiempo,
el péndulo comenzó con problemas
y un día se detuvo para siempre.
Se acabaron las prisas y controles,
nadie volvió a preguntar por la hora,
el caos del mundo se apoderó,
la humanidad era libre por fin.
Solo la vida lloró aquella muerte,
la del caballero serio y puntual,
pues con la huella que él nos dictaba
algo de orden existía entre nosotros.
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