domingo, 11 de julio de 2021

MUERTOS EN EL DESIERTO

      


          El cielo azul adornado con nubes blancas se miraba precioso desde arriba. A través de la ventanilla del avión admiraba la hermosa vista. Siempre me inquietó mucho la sensación de estar suspendida en el cielo, como si el avión se hubiera detenido, así que miraba fijamente alguna nube para ver cómo ésta, lentamente se quedaba atrás, demostrándome que sí avanzábamos. Entrar en las nubes me parecía espectacular, pese a las vibraciones, algunas fuertes, que esto provocaba en la aeronave. El viaje sería muy largo, 17 horas para ser exactos. Me acomodé en el asiento y cerré los ojos para dormir un poco.


          Desperté al sentir que me golpeaban ligeramente el brazo. Las azafatas caminaban apresuradas hacia la cabina del capitán. Miré por la ventanilla descubriendo que el cielo azul había sido suplantado por un manto rojizo. Volteé la vista hacia los otros pasajeros, quienes ya empezaban a mostrarse inquietos. Las azafatas volvieron con nosotros y la voz del capitán se escuchó en el altavoz informándonos que estábamos perdiendo mucha gasolina y que íbamos a aterrizar en un desierto para corregir la falla.

          Nerviosos, nos preparamos para el aterrizaje, el cual fue perfecto. Las azafatas nos autorizaron a desabrocharnos el cinturón de seguridad. De pronto se escuchó un grito horrible. Una de las aeromozas descubrió al capitán y al copiloto muertos. La angustia se apoderó de la mayoría de los pasajeros. Una de las azafatas intentó comunicarse por radio pero fue imposible. Dos hombres exigieron que se abriera la puerta de descenso y bajaron. Exploraron el lugar y al regresar nos dijeron que además de algunos cactus y un par de troncos secos, no había nada.

          Permanecimos algunas horas dentro de la nave, rezando por ayuda, hasta que un hombre perdió la calma y salió corriendo, seguido por un matrimonio. No volvieron más. Alguien decidió ir a buscarlos, pero tampoco volvió. El desorden y la histeria empezaba a reinar entre los pasajeros. Yo me limitaba a escuchar y cuando me cansaba, me levantaba a caminar por el pasillo. En tres días, fueron muchos los que salieron y no regresaron más.

          La desesperación me estaba queriendo desestabilizar. Quería salir y saber qué estaba pasando, pero el miedo me hacía permanecer dentro, a pesar de que solo quedábamos seis personas, con mucha hambre, sed y ansiedad. En un momento dado, no pude controlarme más y golpeé furiosa la ventanilla y los brazos de mi asiento. Luego, tomé aire por la nariz, volví a sentarme y a ponerme el cinturón de seguridad. Una vez más miré por la ventanilla. Mis ojos recorrieron el paisaje rojizo; lo hacían desde las alturas. Entonces sentí que flotaba y entré en el avión. Todos, tripulación y pasajeros estaban muertos... yo entre ellos. Me sorprendí enormemente al descubrir que estaba muerta y un gran grito que no se escuchó, salió de mi garganta.

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