domingo, 11 de julio de 2021

ENTRE SURCOS DE ALGODÓN

           El sol del medio día quemaba con fuerza. Mirando a lo lejos, parecía que las calles estaban mojadas, efecto producido por el intenso calor. Pensé en mi mamá. Seguramente estaría acalorada en el campo, donde trabajaba limpiando el algodón con un azadón. Tomé varias botellas de agua, las metí en una hielera para mantenerlas frías y me dirigí hasta donde ella se encontraba.


          Luego de caminar una media hora, llegué hasta allí. El campo estaba hermoso. Largos surcos eran adornados por las motas blancas del algodón. Busqué con la mirada a mi madre hasta que por fin, a lo lejos alcancé  a verla. Me acerqué a ella y la vi como nunca antes. Inclinada, cogiendo con fuerza el azadón y golpeando las hierbas que le hacían daño a las plantas. Sus brazos fuertes y morenos brillaban por el sudor. Su linda cara estaba vestida por gotas cristalinas que resbalaban hasta el cuello, que ya estaba muy mojado. La ropa húmeda se pegaba a su cuerpo. 




          Permanecí unos minutos observándola con el corazón encogido. A mis nueve años descubrí el gran sacrificio que hacía por mí. Entonces la llamé con un grito. Volteó y a pesar del gran cansancio que estoy segura, debía tener, me sonrió como siempre lo hizo. Sus dientes blancos contrastaron con su piel morena. Dejó el azadón en el suelo y vino hasta mí, limpiándose el sudor con un trapo que llevaba colgado al cuello.

          Le di una botella de agua y me dijo que había llegado justo a tiempo para su hora de comida. Nos acercamos a un tractor y a la sombra de éste, nos sentamos a comer unos burritos de frijoles que ella había preparado en la madrugada para llevarlos de comida. Le pregunté si estaba cansada, a lo que me dijo que no con su hermosa sonrisa. Le prometí estudiar mucho para poder sacarla de trabajar.

          Con el tiempo, cumplí mi promesa. Desgraciadamente, Dios quiso llevársela pronto y no logré consentirla por mucho tiempo.




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