jueves, 22 de julio de 2021

LA BROMA

 


          El coche avanzaba lentamente por la carretera solitaria. La ventisca impedía la visibilidad y la nieve ya se acumulaba en grandes cantidades. Sara se consideraba muy buena conductora pero en un camino con muchas curvas atravesando un bosque y con dichas condiciones climáticas, prefería ir despacio.

          Al parecer todo el mundo, menos ella, se enteró de que una tormenta invernal llegaría, porque en la hora y media que llevaba de trayecto, no se había cruzado con ningún otro coche. Encendió el radio para hacerse más ameno el viaje pero no encontró más que interferencia. Buscó en uno de los compartimientos un disco y al volver la vista al camino, vio a una anciana en medio de la carretera. Para evitar atropellarla, se salió del camino y se estrelló contra un pino.

          Fuera de un raspón, no tenía ninguna herida grave. Rápidamente se bajó del coche y vio a la mujer acercarse. Le dijo que estaba buscando a su gato porque no quería que pasara frío. Sara, comenzó a preocuparse al ver que su carro no quiso trabajar más y la nevada arreciaba, así como la temperatura bajaba cada vez más. Quiso llamar a su novio que la esperaba, desde su móvil sin conseguirlo, pues no había señal. La viejita se ofreció a llevarla a su casa, que estaba a 5 minutos caminando para que usara su teléfono. 

          Se sorprendió al ver que la casa era una mansión. Entraron y la temperatura tibia le cayó de maravilla. Fue hasta el teléfono para darse cuenta de que estaba muerto. Supusieron que se habría averiado  con la nieve o el viento. Con una sonrisa, la mujer le ofreció un café bien caliente con canela y la invitó a pasar la noche allí. Le dijo que vivía sola y podrían conversar hasta que el sueño las venciera. "Hay habitaciones de sobra", dijo soltando una risita suave. 

          Sara regresaba de dejar su chamarra en la habitación que había escogido, cuando escuchó a la mujer hablar. Se detuvo antes de entrar al salón y aunque escuchaba su voz, no entendía lo que decía. Cuando se decidió a entrar, la miró dormitando en un sillón, a un lado de la chimenea. El miedo comenzó a invadirla pues no sabía qué estaba sucediendo. Cogió el teléfono y seguía muerto. Golpes en la puerta la hicieron dar un brinco. La ancianita despertó y fue a atender la puerta. Recibió a un hombre alto y fornido que cubría su rostro con un pasamontañas. Fue directamente hasta Sara y sin decir una sola palabra, la sujetó con unas cuerdas. La llevó a rastras hasta un camión y le dio un sobre a la anciana, quien se miraba satisfecha. Entonces perdió el conocimiento.

          Más tarde despertó amarrada sobre una plancha fría en un cuarto lleno de cadenas, ganchos y cuchillos. Cuando quiso gritar pidiendo auxilio, se percató de que tenía una cinta en la boca. La desesperación y angustia la tenían histérica. Entonces entró el hombre con una pistola y sin más empezó a disparar a diestra y siniestra. Sara se revolcaba aterrada y cuando el hombre le apuntó a la cabeza, su corazón no resistió tanto terror, muriendo de un ataque.

          El hombre corrió hacia ella, abrazándola y llorando. Se descubrió la cara pidiéndole que no lo abandonara. Entre sollozos le decía ser su novio haciéndole una broma con la ayuda de su abuela, cosa de la que Sara nunca se enteró.


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