1962.
Plainview, Texas, USA.
Los niños
reían y gritaban mientras jugaban en la piscina pública a la que iban a nadar
todos los fines de semana durante el verano. En ese entonces, debido a que
Plainview era un pueblo pequeño y muy seguro donde todos se conocían, era común
que los chiquillos fueran solos a nadar, contando únicamente con la protección
de los jóvenes que trabajaban como salvavidas. El lugar, ubicado en el barrio
mexicano de Plainview, era muy concurrido hasta que las autoridades tuvieron
que clausurarlo debido a dos muertes por ahogamiento. El jefe del departamento
de policía anunció que las muertes habían sucedido en menos de un mes debido a
que el establecimiento no cumplía con los estándares de seguridad. La gente
creyó que el lugar reabriría sus puertas el próximo año con las remodelaciones
pertinentes, pero no fue así. Los dueños anunciaron que ¨La alberca¨, como se
le conocía, había cerrado definitivamente.
50 años
después.
Año 2012.
Escuela Zonas Creativas.
Rosa, la
maestra de prescolar, estaba sentada en el suelo con todos sus alumnos,
mientras todos cantaban una canción. Los niños estaban muy atentos imitando los
movimientos de Rosa al ritmo de la canción. De pronto, Ernesto se levantó y se
acercó a la puerta, mirando fijamente por la ventanita de ésta. El niño
poniéndose de puntitas y levantando la cabeza, miraba algo atentamente. La
maestra se puso de pie y fue por él. Ernesto se rehusaba a regresar con ella y
Rosa tuvo que llevarlo en sus brazos y sentarlo en su regazo mientras seguía
con sus actividades con el resto de los alumnos. Se hizo una costumbre que
Ernesto, sin importar la hora del día, interrumpiera la clase para ir hacia la
puerta y mirar a través de la ventanita. Rosa se lo comentó a la madre, quien
se mostró sorprendida, pues dijo que el niño tenía costumbres diferentes debido
a su condición de niño autista, pero que nunca hacía eso en su casa. Las dos,
madre y maestra, llegaron al acuerdo de que sería una nueva costumbre que
Ernesto estaría adoptando en la escuela. Pronto, Rosa dejó de sprestarle
atención, permitiendo que el niño fuera hacia la puerta por un rato. Un día,
los compañeritos de Ernesto le avisaron a la maestra que el niño estaba
hablando solo. Rosa fue hasta él y Ernesto no dejó de hablar solo, mirando por
la ventanita de la puerta. La maestra le preguntó que con quién hablaba pero él
la ignoró y siguió hablando a su manera, pues él no sabía hablar. Lo volvió a
comentar con la madre y ésta dijo que se lo comentaría al doctor en la próxima
visita. Una mañana, antes de comenzar las clases, Ernesto volteó desde su
pupitre hacia la puerta y sonriendo y señalando dijo: Charlie. Rosa fue hacia
él y le preguntó qué había dicho. Ernesto repitió: Charlie. Los demás
compañeritos lo miraron extrañados y la maestra volvió con ellos para seguir
con la clase.
Una ocasión,
Rosa y Juanis, otra de las maestras se quedaron hasta muy tarde trabajando con los
planes de clases. Eran aproximadamente las 7 de la tarde y ya no había nadie en
la escuela más que ellas dos. Estaban en silencio, sumidas en su trabajo cuando
de pronto escucharon pasos en el pasillo.
- ¿Hay alguien más aparte de nosotras? -Preguntó Juanita a Rosa, quien sin contestar mantuvo
la vista fija en la puerta del aula, esperando ver a alguien llegar. Luego de
unos instantes volvieron a trabajar hasta que fueron interrumpidas por lo que
parecían risas de niños. Ambas fueron hasta donde provenían las risas y
llegaron hasta el salón de juegos. Se sorprendieron al ver que no había nadie
pero había juguetes en desorden y una pelota rodaba lentamente hacia ellas como
si algo o alguien la hubiera lanzado. Desconcertadas, decidieron dejar el
trabajo para el día siguiente y se fueron a sus casas.
Al día
siguiente, Ernesto volvió con lo mismo, de ir hacia la ventanita de la puerta y
empezó a platicar con quien él llamaba Charlie. Rosa llamó a Juanita y le pidió
que observara al niño. Luego, ambas discutieron la actitud del niño y lo que
les había sucedido la noche anterior. Aunque les parecía no tener sentido, relacionaron
ambos sucesos y tomaron la decisión de seguir observando a Ernesto y su comportamiento,
y poner atención a cualquier evento extraño que sucediera dentro de la
escuelita. No pasó mucho tiempo cuando la directora de la escuela estaba
trabajando sola. Todos se habían marchado y de pronto escuhó pasos en el
pasillo. Preguntó en voz alta si había alguien y al no obtener respuesta se levantó
de su asiento y fue hacia el pasillo. No vio a nadie mas siguió escuchando
pasos dentro de un salón. Un poco temerosa fue hasta allá y al entrar en el
salón, la imagen de un niño la hizo dar tremendo salto. Fue una visión de unos
segundos que rápidamente se desvaneció. Armándose de valor entró y revisó entre
los pupitres y los casilleros. Después de confirmar que no había nadie, regresó
a su oficina, pero mientras se alejaba volvió a escuchar pasos en el salón.
Regresó y todo volvió a estar en silencio y vacío.
Un día, por
fin, Rosa y Juanita decidieron comentarle a la directora lo que estaba
sucediendo con Ernesto y la experiencia que tuvieron la noche que se
quedaron a trabajar tarde. La directora les dijo entonces lo que ella había
vivido días atrás. Aunque les parecía una locura, las tres decidieron
investigar si algo había sucedido antes en aquel lugar. Buscaron en internet y
en la biblioteca local del pueblo sin encontrar absolutamente nada. A Juanita
se le ocurrió preguntarle a los vecinos de la escuela si sabían algo sobre la
escuelita en el pasado. Todos le dijeron que la escuela tenía poco menos de 20
años de haberse construido. Cuando se estaba dando por venida, una mujer le
dijo que, en efecto, la escuela tenía no muchos años, pero que hacía muchos
años atrás, ahí había habido una piscina pública.
- ¿Una piscina
pública? -Preguntó sorprendida, Juanita.
-Así es -dijo
la mujer lanzando un suspiro. -Todos íbamos a nadar durante el verano hasta que
sucedió que Juan se lanzó de clavado y se golpeó la cabeza en el fondo de la
pisicina, muriendo instantáneamente. Después, la muerte de Charlie fue más
trágica, porque él murió ahogado. Manoteaba y gritaba pidiendo ayuda y ninguno
de nosotros nos atrevimos a ayudarlo. Lo miramos cómo se sumergía en el agua moviendo
agitamente su cuerpo. Cuando el salvavidas se lanzó al agua, fue demasiado
tarde. Charlia ya había muerto.
- ¿Charlie se
llamaba? -Preguntó Juanita con la voz temblorosa.
-Ese era su
nombre – respondió la mujer.
Juanita les
platicó aquello a la directora y a Rosa, quienes acordaron poner una veladora
en el pasillo todas las tardes, cuando ya no había niños, para que el alma de
Charlie encontrara su camino y descansara en paz. Nunca más volvieron a
escuchar ni pasos ni risas en el pasillo o salones de la escuela, y Ernesto dejó
de ir hacia la ventanita de la puerta, olvidándose de Charlie.