viernes, 3 de diciembre de 2021

JUSTICIA TARDÍA

 


 

 

          

El anciano disfrutaba de los últimos rayos de sol de aquella fría tarde

sentado en una vieja silla de madera, mientras jugaba con su bastón

removiendo la tierra para uno y otro lado. Tenía los pies ajados y las

uñas de pies y manos, largas y sucias. La larga barba gris se movía

con el suave viento, como si fuera una nube traviesa jugueteando con

un hombre.


Un pájaro se posó en el gran roble que le daba sombra a la vieja

casucha de madera y comenzó a trinar. Pronto llegó una gran parvada

haciendo tremendo escándalo con su vuelo y trinos. Aunque ya se

habían acomodado en las ramas para descansar, no dejaban de trinar

fuertemente.



-¡En el nombre sea de Dios!- Murmuró el anciano. -¿Qué mal

presagio me traerán estos pajarracos?- Dijo muy bajito mientras a duras penas se levantaba de la silla.

Su difunta esposa le había inculcado muchas creencias y una de ellas

era que cuando los pájaros en grupo trinaban largo rato, algo malo

sucedería.



Lentamente, entró a la cabaña que ya estaba oscura y a tientas buscó

una vela para encenderla. La puso en el centro de la mesa y se sirvió

un poco de leche con un pan que tenía varios días en casa. Mientras

comía, vio a través de la ventana una sombra moverse sigilosamente.

-¿Quién anda ahí?- Preguntó sin obtener respuesta.

Siguió comiendo, pero estaba atento a la ventana y a la puerta.

Entonces escuchó un grito de dolor. Tan rápido como su artritis se lo

permitió, se levantó y se asomó por la puerta. No vio ni escuchó

nada. Volvió adentro y cerró con candado. Regresó a la mesa y

mientras se acababa sus sencillos alimentos escuchó el sonido del

segundero de un reloj. Miró para todos lados, pues hacía más de

veinte años que no contaba con uno. Entonces se sorprendió al ver

uno colgado de la pared.

-¿Quién trajo este reloj?- Dijo rascándose la cabeza.

Estaba absorto mirándolo, atento al caminar de las manecillas

doradas cuando escuchó una voz detrás de él:

-Cuenta los minutos. Faltan muy pocos para que se haga justicia.

Dio un salto en la silla y volteó para ver quién le hablaba. Un hombre

salió de las sombras y se paró enfrente de él.

-Creiste que nunca te encontrarían, pero te equivocaste. Para la

justicia no existe rincón que no le permita llegar y esta noche vendrá

hasta aquí- Dijo el hombre misterioso, desapareciendo.


Asustado, el anciano lo buscó con la mirada por todos lados, sin

encontrarlo. Fue hasta el pequeño cuarto donde estaba el catre donde

dormía y tropezó con algo parecido a un bulto. Cuando intentó

levantarse, sus manos sintieron un líquido caliente y viscoso, y en su

desesperación volvió a caer manchándose con tal líquido y

aferrándose a un acero frío, parecido a un cuchillo.

-¡Levántese con las manos arriba de la cabeza!- Escuchó una voz

enérgica mientras la luz de una linterna lo alumbraba.


Con los ojos entrecerrados por la luz que llegaba directamente a sus

ojos, se levantó despacio. Entonces varios policías alumbraron la

escena. En el suelo estaba un hombre muerto por varias puñaladas y

el anciano, con la ropa y las manos llenas de sangre, sostenía una

daga de la que escurría el líquido vital del difunto.

El cuerpo estaba lleno de las huellas del viejito y las investigaciones

arrojaron que la víctima fue asesinado con la daga que sostenía

cuando fue capturado. Durante los interrogatorios, el sospechos negó

rotundamente haber matado al hombre pero confesó haber asesinado

a un hombre hacía más de treinta años.


Días después, vestido con el uniforme naranja de la prisión, pensaba

de verdad había estado en su casa el hijo de aquel a quien asesinó

años atrás o fue una aparición.





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