viernes, 2 de julio de 2021

EL ESPANTO

 Bastó que unas cuantas personas tuvieran miedo para que el mito corriera de boca en boca.


          Por fin, después de varios años, la casa abandonada se había vendido y los nuevos dueños llegaron a habitarla un fin de semana. Los nuevos vecinos eran un matrimonio con varios hijos, siendo Evelia, de 17 años la hija mayor. Ella era muy guapa, de ojos grandes y mirada alegre; tenía el cabello negro y largo y una boca de tentación.

          Como eran vacaciones de verano, los niños y no iban a la escuela, solo el padre salía a trabajar. La madre y los hijos se dedicaban a los quehaceres de la casa. Fidel, el hijo de los vecinos, miraba a través de la ventana de su casa. Inmediatamente le gustó la muchacha mayor de los vecinos, quien no se había percatado de ser observada. Luego de lavar varias sábanas blancas, lo cual hacía todos los días,  las colgó en un tendedero en el patio trasero para que se secaran al sol y se retiró a descansar.





          Por la noche, sintiéndose acalorada, Evelia salió al porche trasero y vio a Fidel comiendo un mango en el porche vecino. Él, al sentir su mirada, la saludó sonriente y ella le dijo que si le daba una probada del mango. Fidel fue hasta ella y le ofreció la fruta, que ella chupó y mordió con coquetería. Al ver que él quedó paralizado ante su osadía, lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde estaban colgadas las sábanas. Ahí se colgó de su cuello y lo besó. Ni tardo ni perezoso, el muchacho reaccionó besándola apasionado, haciéndose costumbre el reunirse noche tras noche.

          El viento soplaba y las sábanas se movían dejando entrever una sombra maligna. Algunos vecinos se percataron de ello y unos alcanzaron a escuchar murmullos escalofriantes. Como esto comenzó a suceder a raíz de que se había habitado la casa abandonada y pasaba todas las noches, el rumor corrió por el pueblo. Decían que un espanto había llegado a aquella casa. Que hacía muchos años ahí había habitado un cura inmoral que había cometido actos de lujuria y lascivia en esa casa y que ahora, que había gente en ella, estaba enojado y su espíritu rondaba por allí queriendo correr a los nuevos dueños.

          La gente del pueblo se persignaba al pasar frente a la casa, pero los nuevos habitantes ignoraban los chismes. Fidel y Evelia, se reían de las habladurías y seguían viéndose todas las noches, sin importarles el alboroto y miedo que habían ocasionado.



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