lunes, 26 de julio de 2021

LA ENCRUCIJADA

 


          Gaseosa en una mano y sándwich en la otra, Fidel descansaba en una mesa del comedor del lugar donde trabajaba. Había sido una mañana muy pesada y no tenía ganas de comer. Apenas había dado un mordisco a su comida, pero lo masticaba con desgano. Sus compañeros almorzaban entre bromas y risas, pero él estaba absorto en sus pensamientos.

          No miraba ni escuchaba nada de lo que sucedía a su alrededor. Su mente se había transportado a los días en que con mucha ilusión estudiaba derecho y dependía completamente de su padre, en su país natal. Cuando al fin se tituló de abogado no pudo conseguir trabajo más que de mensajero en un despacho de abogados que, aunque era uno de mucho prestigio, le pagaban muy poco.

          Con la esperanza de ser contratado como abogado en algún sitio, esperó en vano. Su novia quería casarse, y él también, pero no se sentía preparado con un trabajo tan mal pagado. Sus primos, quienes vivían en el país vecino, lo animaron a irse a trabajar para allá. Le pintaron muy bonito el panorama. En pocas palabras, le dijeron que los dólares se ganaban muy fácil y así fue como Fidel se fue de mojado a un país desconocido para hacer dinero.

          No se imaginó lo que les esperaba allá. Si quería ganar dinero sin tener los papeles legales necesarios, tendría que trabajar en las áreas más pesadas. Y así fue como terminó trabajando en aquel lugar, donde se cansaba demasiado. Además, vivía en un apartamento de 3 habitaciones donde vivían otros 15 jóvenes, compartiendo gastos para poder ahorrar un poco más de dinero.

          Extrañaba muchísimo a su familia y amigos, deseaba volver a su país, pero allá no había oportunidades. Estaba en una situación muy difícil. No sabía si regresarse o seguir allí y mandar traer a la novia.

          En eso estaba pensando, cuando su amigo lo regresó a la realidad. Le dijo que debía comer porque pronto se acabaría el descanso. Apenas dio otro mordisco al sándwich y bebió un sorbo de su refresco cuando sonó el tiembre anunciando que debían volver a trabajar. Y así transcurría su vida, entre tardes de estar acostado en su casa y mañanas de mucho cansancio en la fábrica.


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