domingo, 22 de agosto de 2021

UNA NOCHE MUY DIFÍCIL

 



          Los escalofríos eran cada vez más intensos. Empecé a temblar de frío pese a que estaba ardiendo en calentura. Mi esposo me dio unas pastillas y me puso fomentos de agua helada en la frente y vientre, los cuales me hacían brincar al sentir la frialdad en mi cuerpo, pero en minutos los calentaba pues la fiebre que tenía era muy alta.


          De pronto me vi sobre una flor gigante volando a una velocidad exageradamente rápida. Me aferré a los pétalos rosas para no caer. Llegué a un centro comercial que estaba lleno de gente y la flor, cómo si supiera por dónde avanzar, se abría paso entre las personas que sorprendidas me miraban. La flor aceleró aún más la velocidad, al grado de que solo alcanzaba a ver rayas de colores a mi alrededor. La sensación en mi pecho y estómago era horrible, pues sentía una especie de vértigo debido a la rapidez con que volaba.


          Entonces me di cuenta de que la flor empezó a encogerse. Cada vez me era más difícil mantenerme sobre ella, hasta que caí al vacío. Recuerdo que la caída no terminaba nunca. Caía y caía dándome tumbos con unas piedras muy suaves como esponjas. Quería afianzarme de una de ellas para no seguir cayendo por ese túnel infinito, pero cuando me agarraba de una, ésta de desintegraba. Entonces la velocidad disminuyó drásticamente. Me sentía una pluma cayendo muy, pero muy despacio. Cuando toqué el piso, lo hice muy delicadamente.


          Mas esto no acabó ahí. Me di cuenta que aunque no me movía, avanzaba. Muy despacio, pero me movía. Lo que creí que era el suelo, era una tortuga gigante. Empecé a ver animales que nunca antes había visto, con dientes y cuernos afilados y al parecer muy hambrientos. Quieta me quedé sobre la tortuga, esperando que me llevara lejos de esos animales, cuando vi un lago enorme del cual salían hierbas acuáticas. Éstas, como si fueran manos, buscaban presas y las agarraban sumergiéndolas, en el agua. Al ver qué la tortuga empezó a meterse al lago, quise bajarme de ella, pero una sustancia viscosa me impedía despegarme del caparazón.


          Ante mi desesperación, la tortuga seguía entrando en el agua y de pronto varias hierbas se enredaron al rededor de mi cuerpo. Grité con todas mis fuerzas pero no salía ningún sonido de mi boca. Me hundieron en el agua y empecé a ahogarme. Cuando estaba a punto de morir, me vi tendida sobre las arenas secas que bordeaban el lago. Comencé a sentir que mi respiración y corazón volvían a la normalidad y abrí los ojos.

-¿Cómo te sientes? -Me preguntó mi marido, acariciándome el cabello.

-¿Qué sucedió? -Le dije débilmente.

-Has pasado la noche con una fiebre muy alta. Gracias a Dios, ya ha terminado.

Suspiré tranquila al enterarme de que solo había alucinado.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario