jueves, 26 de agosto de 2021

LA MALDICIÓN DEL VAQUERO

 



          La música y el escándalo propios de una cantina se escuchaban hasta la calle, donde un hombre amarraba a su caballo para entrar a beber unas cervezas que le refrescaran la garganta seca por el polvo del camino.

          En cuanto las puertas se abrieron, la gente guardó silencio. El forastero avanzó hacia la barra y pidió una cerveza, lanzando una moneda sobre el mostrador y sentándose de frente al cantinero. En cuanto recibió la bebida, se la bebió de un jalón y pidió otra.

          La gente volvió a lo suyo, al ver que se trataba de un vaquero tranquilo. Después de la primera cerveza, Robert se bebió tranquilo cada una de las bebidas que pedía, observando todo por el gran espejo que había frente a él. Las mujeres del salón se paseaban entre las mesas ofreciendo alegría a los clientes. 

          De repente, una mujer bajó corriendo las escaleras y antes de llegar al piso, un hombre la alcanzó del pelo, llevándola de regreso hacia la planta superior. Ella gritaba y forcejeaba intentando soltarse. Robert se levantó rapidamente y al pie de las escaleras gritó:
-¡Suéltala!
-No te metas en lo que no te incumbe.
-¡Déjala en paz! -Insistió con las manos muy cerca de los revólveres y mirando fijamente al agresor de la chica. La gente comenzó a levantarse de las mesas, alejándose de un posible tiroteo. El atacante, quien solo llevaba pantalones, soltó a la muchacha, dejándola ir. Robert y todos los demás volvieron a sus lugares y siguieron disfrutando de la noche.

          El vaquero salió de la cantina y se encaminó al hotel de al lado, cuando escuchó ruidos en el oscuro callejón.
-¿Quién te crees que eres para meterte donde no te llaman? -Escuchó una voz que comenzó  a tomar forma mientras salía de las sombras.
-Aléjate de mí  y evítate problemas -dijo Robert.
-Me dejaste en ridículo y eso no puede quedar así -dijo el hombre llevando la mano al revólver.
Un disparo se escuchó. La gente de la cantina salió y vio al bravucón tendido en el suelo y al forastero de pie.

          Cuando el sherif llegó fue informado de los sucesos.
-Le sugiero que se vaya del pueblo lo antes posible. En cuanto los hermanos de este hombre se enteren de lo sucedido, buscarán venganza. Este es un pueblo tranquilo y quiero que siga así -le dijo a Robert, quien asintió sin objetar, fue por su caballo y se marchó del pueblo.

          Ya en el campo, después de cabalgar un buen rato, buscó un lugar para descansar. Mientras conciliaba el sueño, pensaba en su vida. A pesar de ser un hombre tranquilo, siempre terminaba matando a alguien. Nunca soportó las injusticias y por ayudar a los demás, o lo retaban a duelo o se veía obligado a defenderse. Era una maldición con la que le tocó vivir.


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