jueves, 2 de septiembre de 2021

LA CASTAÑEDA... UN LUGAR PARA ENCONTRAR LA LOCURA

 

 


          En un rincón de la habitación se encontraba Mariela temblorosa, con el rostro bañado en lágrimas y el cuerpo ensangrentado. Su padre había descubierto que ella escribía relatos eróticos. Fue tal la furia del hombre que la golpeó con el cinturón hasta que se cansó. No iba a permitir que una hija del reconocido General Santiago Villavicencio se dedicara a escribir textos malsanos y deshonrosos que no correspondían a una chica decente, proveniente de una ilustre familia.

          Mariela siguió escribiendo a escondidas. Lo hacía por las noches mientras su padre dormía. Cuando éste volvió a sorprenderla, ella, llorando, le dijo que era algo que no podía evitar, que su mente estaba llena de ideas y que sentía la necesidad de escribirlas en un papel. Le dijo que no veía nada malo en ello, pues solo eran historias imaginarias. El General no pudo seguir escuchando más y la hizo callar con una bofetada. La obligó a entregarle todas las hojas en las que habia escrito y luego fue a lanzarlas en el fuego de la chimenea, sin importarle las súplicas de su hija porque no lo hiciera.

          Iracundo, don Santiago no encontraba la forma de hacer que su hija dejara de escribir historias obscenas así que, sintiéndose incapaz de controlarla, decidió comunicarse con su amigo, el psiquiatra Ontiveros, quien era director del hospital psiquiátrico La Castañeda. Cuando le comentó lo que estaba sucediendo con su hija, el doctor le recomendó que la internara lo más pronto posible y le aseguró que con un tratamiento adecuado, haría que esas ideas abandonaran la cabeza de la chica.

          La mañana invernal los sorprendió con una llovizna pesadita y una neblina que por momentos era tan espesa que no se lograba ver más allá de la nariz; aún así, el general y su hija subieron al carruaje que los llevaría al manicomio. A pesar de todo, Mariela se sentía contenta, pues estaba segura de que ahí, dado que había doctores, la entenderían y podría escribir sus relatos sin que nadie la juzgara. No tenía idea de lo que le esperaba.

          Mientras se acercaban al lugar, que estaba en medio de un bosque, la chica admiraba los bellos jardínes decorados con hermosas flores que rodeaban al edificio. Éste era de un estilo muy elegante. Por fuera, arriba de la puerta principal, había un reloj muy bonito; contaba con tres plantas y muchas habitaciones. En cuanto llegaron, los recibieron el doctor Ontiveros y dos enfermeras, las cuales, muy atentas, le pidieron que se despidiera del general para instalarla en su habitación. Quiso besar a su padre, pero él se dio la media vuelta y se alejó sin decir una sola palabra. Triste, siguió a las enfermeras quienes la llevaron a una habitación sin ventanas, con un catre y una manta. Le pidieron que se desnudara y se pusiera la bata que le estaban entregando. Luego, tomaron su ropa y salieron cerrando por fuera la puerta de metal. Confundida, Mariela fue a sentarse en el catre. Pasaron los minutos que se hicieron horas, o al menos eso le pareció, cuando se abrió la puerta. Era el doctor quien le dijo que permanecería todo el día y la noche sin probar alimento, solo agua. Ella aceptó y le pidió que le llevara unas hojas y lápices, a lo que él se negó diciendo que estaba ahí para curarse de los pensamientos pervertidos que la acosaban. Le prometió que estaría bien y salió del cuarto.

         Cuando amaneció le llevaron fruta y jugo y sin que la enfermera se diera cuenta, le robó un lapicero. Cuando quedó a solas, comenzó a escribir en la pared. Estaba tan inspirada, que llenó toda una pared con un relato bello, pero muy erótico. Cuando la enfermera regresó y vió aquello, notificó al doctor quien ordenó que la llevaran a las piletas. Ahí, la desnudaron y sumergieron su cuerpo en una pileta de acero llena de hielo. Cerraron unas puertas que impedían que pudiera salirse. Solamente quedaba su cabeza por fuera. Mariela gritaba con todas sus fuerzas pidiendo que la sacaran de allí. Les decía que le dolía terriblemente el cuerpo. Una de las enfermeras le dijo que estaría a ahí por dos horas, que era para aliviarla de su enfermedad mental. No sentía el cuerpo cuando la sacaron y la regresaron al cuarto en una silla de ruedas. Toda la tarde la pasó acostada y llorando. No se explicaba por qué su padre la había abandonado en ese horrible lugar.

          Al día siguiente, entró el doctor y le explicó que el tratamiento del día anterior era necesario para que su mente se ubicara en la realidad y dejara fuera las ideas que le hacían daño. Mariela lo escuchó en silencio, pero por dentro gritaba llena de rabia. Insistía en que no tenía nada de malo escribir sobre algo que todo el mundo hacía por ser algo natural. Pero permaneció callada. Pocos días después llegó un enfermera nueva y le pidió que le diera un lápiz y hojas. Ésta se negó y Mariela, sollozando, le rogó por ellos y cuando vió que no los conseguiría, comenzó a gritar desesperada mientras se golpeaba contra la pared. Rápidamente la inmovilizaron con una camisa de fuerza y el doctor Ontiveros ordenó que la llevaran a la sala de electroterapias. Ahí la sujetaron en una cama y le llenaron la boca con trapos para que no se lastimara la lengua mientras la sometían a varios electrochoques. Cuando salió de ahí, iba muy dolorida, cansada y con la mirada perdida.

          Los días en ese lugar pasaban lento y eran una tortura para Mariela, quien lucía desaliñada y muy triste. En una ocasión en que el doctor entró a revisarla y le preguntó cómo se sentía, ella le preguntó si podía ser sincera, que si podía hablar sin problemas a lo cual él asintió. Mariela le dijo que le parecía inhumano lo que estaban haciendo con ella. Que no veía el problema en escribir cuentos que hablaban de algo tan natural como el sexo. El doctor trató de hacerla entender que eso no era propio. Le dijo que aunque fuera normal que una pareja hiciera esas cosas, no lo era que una jovencita escribiera sobre ello. Mariela le dijo que no podía evitarlo. Le dijo que su cabeza estaba llena de ideas listas para ser relatadas. El doctor guardó silencio, mientras la miraba y salió.

          Por la noche regresó con otros dos enfermeros. Comenzaron a desnudarse y ella, asustada, fue hasta un rincón del catre. El doctor le dijo que ya que tenía tantas ideas sexuales, la iban a curar mediante una violación para que éstas salieran definitivamente de su cabeza. Entre los tres hombres la violaron de todas las formas imaginables, hasta quedar exhaustos.

          Seis meses después, Mariela volvió a casa con una actitud completamente diferente. Era sumisa y muy callada. Le gustaba mucho estar en el jardín de su casa, tomando el sol y mirando el horizonte. Su padre la miraba satisfecho por la ventana. ¡Por fin se había curado! Ignoraba que su hija había encontrado la verdadera locura en aquel siniestro lugar.


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