Entre risas y bromas, el grupo de jóvenes entró en el museo abandonado. Se decía que en él habitaban demonios y los muchachos estaban dispuestos a pasar la noche ahí para comprobar que solo eran habladurías de la gente. Alumbraron el lugar con las linternas que cada uno llevaba y encontraron mucha basura en suelo. Tuvieron que caminar con mucho cuidado para no tropezar. Entonces encontraron unas figuras tapadas con sábanas que parecían haber sido blancas, pero que ahora eran grises por el polvo y la tierra. Una a una, comenzaron a removerlas, descubriendo que eran esculturas humanas.
Pronto comenzaron a bromear platicando con las obras de arte, pero el gusto les duró muy poco al notar que éstas empezaron a moverse y a emitir sonidos guturales. Fue tal su sorpresa, que quedaron petrificados por el miedo.
Las figuras de cera iniciaron su matanza con los jóvenes intrusos. A mordidas y arañazos los desmembraron para luego sacarles los órganos y comérselos. Hicieron un festín de sabores con las tripas, sesos y vísceras de aquellos que solo deseaban pasar una noche emocionante.
La gente siguió sintiendo temor del museo abandonado, pues ahora, con la desaparición de los chicos atrevidos, se confirmaba que los rumores eran ciertos.
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