El anciano disfrutaba de los últimos rayos de sol de aquella fría tarde
sentado en una vieja silla de madera, mientras jugaba con su bastón
removiendo la tierra para uno y otro lado. Tenía los pies ajados y las
uñas de pies y manos, largas y sucias. La larga barba gris se movía
con el suave viento, como si fuera una nube traviesa jugueteando con
un hombre.
Un pájaro se posó en el gran roble que le daba sombra a la vieja
casucha de madera y comenzó a trinar. Pronto llegó una gran parvada
haciendo tremendo escándalo con su vuelo y trinos. Aunque ya se
habían acomodado en las ramas para descansar, no dejaban de trinar
fuertemente.
-¡En el nombre sea de Dios!- Murmuró el anciano. -¿Qué mal
presagio me traerán estos pajarracos?- Dijo muy bajito mientras a duras penas se levantaba de la silla.
Su difunta esposa le había inculcado muchas creencias y una de ellas
era que cuando los pájaros en grupo trinaban largo rato, algo malo
sucedería.
Lentamente, entró a la cabaña que ya estaba oscura y a tientas buscó
una vela para encenderla. La puso en el centro de la mesa y se sirvió
un poco de leche con un pan que tenía varios días en casa. Mientras
comía, vio a través de la ventana una sombra moverse sigilosamente.
-¿Quién anda ahí?- Preguntó sin obtener respuesta.
Siguió comiendo, pero estaba atento a la ventana y a la puerta.
Entonces escuchó un grito de dolor. Tan rápido como su artritis se lo
permitió, se levantó y se asomó por la puerta. No vio ni escuchó
nada. Volvió adentro y cerró con candado. Regresó a la mesa y
mientras se acababa sus sencillos alimentos escuchó el sonido del
segundero de un reloj. Miró para todos lados, pues hacía más de
veinte años que no contaba con uno. Entonces se sorprendió al ver
uno colgado de la pared.
-¿Quién trajo este reloj?- Dijo rascándose la cabeza.
Estaba absorto mirándolo, atento al caminar de las manecillas
doradas cuando escuchó una voz detrás de él:
-Cuenta los minutos. Faltan muy pocos para que se haga justicia.
Dio un salto en la silla y volteó para ver quién le hablaba. Un hombre
salió de las sombras y se paró enfrente de él.
-Creiste que nunca te encontrarían, pero te equivocaste. Para la
justicia no existe rincón que no le permita llegar y esta noche vendrá
hasta aquí- Dijo el hombre misterioso, desapareciendo.
Asustado, el anciano lo buscó con la mirada por todos lados, sin
encontrarlo. Fue hasta el pequeño cuarto donde estaba el catre donde
dormía y tropezó con algo parecido a un bulto. Cuando intentó
levantarse, sus manos sintieron un líquido caliente y viscoso, y en su
desesperación volvió a caer manchándose con tal líquido y
aferrándose a un acero frío, parecido a un cuchillo.
-¡Levántese con las manos arriba de la cabeza!- Escuchó una voz
enérgica mientras la luz de una linterna lo alumbraba.
Con los ojos entrecerrados por la luz que llegaba directamente a sus
ojos, se levantó despacio. Entonces varios policías alumbraron la
escena. En el suelo estaba un hombre muerto por varias puñaladas y
el anciano, con la ropa y las manos llenas de sangre, sostenía una
daga de la que escurría el líquido vital del difunto.
El cuerpo estaba lleno de las huellas del viejito y las investigaciones
arrojaron que la víctima fue asesinado con la daga que sostenía
cuando fue capturado. Durante los interrogatorios, el sospechos negó
rotundamente haber matado al hombre pero confesó haber asesinado
a un hombre hacía más de treinta años.
Días después, vestido con el uniforme naranja de la prisión, pensaba
de verdad había estado en su casa el hijo de aquel a quien asesinó
años atrás o fue una aparición.
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