De hinojos frente al crucifijo
rezaba entre quedos susurros
rogando por la paz de su alma
que era azotada por el mal.
Las sombras de la oscura iglesia
tímidamente se movían
con la tenua luz de las velas,
como conjurando en secreto.
«Cuando la fe derrama sangre
el gran poder de la victoria
lleva hasta el descanso eterno»,
oyó una voz desde el altar.
Negros pensamientos volaron,
como cuervos amenazantes,
alrededor de su cabeza
que ya no podía pensar.
Fuera de sí tomó el cuchillo
que entre su ropaje llevaba,
lo deslizó por su garganta
ahogándose en el río rojo.
Ningún consuelo se encontró
en el purgatorio al que fue...
solo las llamas del infierno
que la acompañarán por siempre.
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