Fernanda lloraba abrazando a su hija que acaba de fallecer en esa fría
cama del hospital. Aquel cuerpo lucía terriblemente maltratado por
los golpes que le propinó Pedro, su esposo, hasta hacerla perder el
conocimiento, el cual ya no volvió a recuperar. El abusador escapó y
las autoridades no lo encontraban.
-Te juro que esto no se va a quedar, hija mía. -Dijo Nelly entre
lágrimas. -Haré que pague muy caro esto que te ha hecho.
Meses después, Nelly recibió el informe del detective que contrató.
En éste le notificaba que el fugitivo se encontraba refugiado en una
cabaña en una zona boscosa de Dakota del Norte. Inmediatamente se
preparó para viajar hasta allá. Hizo una pequeña maleta con dos
mudas de ropa y junto con un rifle armado la subió a la camioneta.
Después de manejar tres horas, llegó al bosque en donde se
encontraba el asesino de su hija. Se estacionó lejos donde él no
pudiera ver el vehículo y siguió a pie. Al llegar a la cabaña, lo vio
salir corriendo por la puerta trasera.
-¡Te mataré! -Gritó Nelly mientras le disparaba.
Pedro siguió corriendo sin detenerse y Nelly, detrás de él. Entonces
escuchó un alarido de dolor. Luego de mucho rato llegó hasta él, que
se encontraba tirado en el suelo y retorciéndose. Uno de sus pies
había pisado una trampa para oso y el dolor era tan fuerte que no
podía ni caminar ni arrastrarse. La sangre corría a borbotones y un
gran ejército de hormigas sedientas de sangre, ya se acercaba.
-Será peor el castigo que la venganza. -Dijo Nelly satisfecha y
mirando al cielo.
Se alejó en paz de ahí mientras escuchaba los primeros gritos de
Pedro al sentir las picaduras de las hormigas en su cuerpo, aunadas al
dolor que la trampa de fierro ya le producía.
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