domingo, 7 de julio de 2019

LAIKA



          Cumplía diez años cuando Laika, una perrita pastor alemán, llegó a mi casa. Yo estaba feliz con el hermoso regalo que me hizo mi madre. Todos los días jugaba con ella y la alimentaba. Por las tardes, cuando llegaba de la escuela, me recibía con ladridos y moviendo la cola. En verdad que el amor era mutuo entre nosotras dos.

          Un sábado por la mañana, al abrir la cerca, Laika se escapó. Por más intentos que hice, no me obedeció. Mi madre y yo estábamos preocupadas, pensando que se podría perder; en cambio mi padre, quien me dio tremenda regañada, estaba furioso. Decía que seguramente regresaría preñada. Por fin, después de poco menos de una hora, Laika regresó y yo volví a ser feliz jugando con ella.

          Al poco tiempo, descubrimos que estaba esperando perritos. Yo, por supuesto, brincaba de alegría. Me daba mucha emoción imaginar a los bebés perritos. Mi madre se lo comunicó a mi padre, quien terriblemente enojado fue hasta donde yo acariciaba a Laika, que descansaba a mi lado.

-¡Maldita perra del demonio! -le gritó enloquecido. -Cuando nazcan tus perros, los voy a ahogar en una cubeta de agua. -la amenazó apuntándola con el índice.

Laika solo lo miraba. A mi ver, parecía temerosa.

          Los días siguieron su curso y Laika adoptó la mala costumbre de escarbar debajo de un pedazo que teníamos pavimentado en el jardín trasero. Sacaba tierra y la amontonaba a un lado. Mi madre la regañaba, pero Laika lo siguió haciendo.

          Una tarde comenzó a llover fortísimo; una verdadera tormenta nos azotaba. Le dije a mi madre que Laika aún estaba afuera. Fue hasta la puerta de la cocina para llamarla a gritos. Entonces, alcanzamos a escucharlos. Se oían ladridos de perritos.

-¡Ya nacieron! -gritó. -Parece que están en el hoyo. Tenemos que sacarlos de ahí o se ahogarán.

          Rápidamente mi madre le avisó a mi padre para que los rescatara. Cuando llegó al hoyo que Laika había cavado, se arrodilló y metió la mano para tratar de sacarlos, pero Laika le gruñía enojada y le tiraba mordidas. Después de varios intentos, regresó derrotado. Entonces mi madre fue y lo intentó.
-Laika, soy yo. Vamos... Llevemos a tus perritos adentro de la casa -le dijo cariñosamente.
Con un poco de desconfianza, dejó que sacara a sus tres cachorritos. Adentro, yo ya tenía su cama lista, hecha de colchas y toallas viejas.

          Laika se acomodó y sus perritos comenzaron a comer. Cuando mi padre se acercó a verlos, Laika ladró y gruñó enfurecida. Mi mamá se acercó a ella.
-Nada malo les va a suceder a tus hermosos cachorritos -le dijo acariciándola. -Te prometo que los cuidaremos y querremos como a ti.
Laika se tranquilizó y lágrimas brotaron de sus ojos.

          Dicen que los perros no piensan, pero yo estoy segura de que sí lo hacen.


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