El pecho del hombre se levantaba
agitado mientras miraba a la chica cepillar su largo pelo. Cada vez que ésta
pasaba el cepillo entre el cuello y el hombro, colocando la cabellera sobre su
espalda, el corazón del espía aceleraba sus latidos al ver una de las venas de
la mujer sobresaliendo de la piel. Ligeramente se veía cómo latía y esto exacerbaba
los sentidos de aquél que disfrutaba mirándola escondido, detrás de la puerta,
a través de una ranura entre ésta y la pared.
Mientras la joven se miraba en el antiguo
espejo, descubrió que su cabello estaba disparejo. Tomó unas tijeras y sin
pensarlo, las llevó hasta donde creía que podría arreglar tal desperfecto. Cuando
ejecutó el movimiento, cortó también la vena que sobresalía en su cuello y un
chorro de sangre caliente brotó manchando su ropa, piel y espejo con el líquido
viscoso y rojo. Excitado hasta más no poder, el hombre salió del escondite y de
dos zancadas llegó hasta ella.
La mujer, aterrada por lo que le estaba sucediendo,
no fue capaz ni de gritar al percatarse de que un extraño la tomó en brazos y
de su cuello se prendió. La boca del desconocido succionó la suave piel
disfrutando de la sangre, su veneno, ése al que era adicto pese al daño que le
provocaba. Era algo muy extraño, pues no podía prescindir de ese líquido a
pesar de que después de beberlo le provocaba una crisis de convulsiones llevándolo
a lastimarse la lengua. Era su veneno, su dulce veneno que lo mantenía con vida
en esta oscura vida y seguiría consumiéndolo hasta que por fin, una de las
convulsiones lo dejara sin vida.
Se dice que siempre está detrás de mujeres
jóvenes, al acecho, en busca de una oportunidad para satisfacer su extraña
necesidad sin temor a perder la vida en alguna de esas ocasiones.
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