lunes, 20 de septiembre de 2021

PASEO POR EL JARDÍN DE LOS DIOSES



          Las alturas siempre me han provocado vértigo. Nunca las he soportado. Ni siquiera soy capaz de subirme a la rueda de la fortuna porque en cuanto estoy arriba me vienen los mareos y el vómito. Sí, lo admito. Soy muy cobarde para las alturas.

          El año pasado, para su cumpleaños, mi esposa me pidió que fuéramos al Jardín de los Dioses en Colorado. Me pareció una muy buena idea. Ella me pidió que le prometiera que no me iba a separar de su lado durante el viaje por nada del mundo, a lo cual accedí sonriendo. Iba a ser un bonito regalo para ella.

          Cuando llegamos al lugar, nos impresionaron las enormes rocas coloradas, todas inclinadas. Inmediatamente comenzamos a tomarnos fotos frente a las maravillosas piedras. Hicimos mucho senderismo, conocimos gente de varias partes del mundo con los que conversamos mucho y dormimos en un hotel muy bonito y elegante, escogido por mi mujer.

          El último día que estuvimos allí, mi esposa quiso que camináramos sobre el puente colgante que estaba a 400 pies sobre el suelo del cañón. Por supuesto, me negué. Mas me recordó mi promesa de no separarme de ella. Así que llegamos, respiré profundamente y me afiancé de las cuerdas. Di un paso y mi otro pie se negó a avanzar. Inspiré por la nariz y obligué a mis pies a caminar. Iba muy despacio, pues el puente se movía mucho. Comencé a hacer ejercicios de respiración, obligándome a pensar que estaba caminando en un parque. Aunque mi mujer iba adelante de mí, escuchaba su voz muy lejos. Entonces se me ocurrió la grandísima idea de mirar hacia abajo. Cuando vi lo alto que estábamos, caminando en el aire, empecé a marearme , al grado de caer de rodillas sobre las tablas del puente. Sentía que daba vueltas alrededor de las rocas y creí que me iba a desmayar. Mi mujer quiso ayudarme a ponerme de pie, pero no lo logró. Despacio, logré calmarme un poco, pero no fui capaz de levantarme, así que a gatas y mirando solo hacia adelante, fui avanzando poco a poco estorbando a los turistas que aprovechaban para detenerse a observar la naturaleza desde las alturas.

          Hoy, después de un año, mi mujer todavía se ríe de mí por el espectáculo que di aquel día. Yo, sonriendo, le digo que no todos tenemos la sangre fría de un reptil para hacer ese tipo de locuras.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario