lunes, 20 de septiembre de 2021

AL FINAL DEL ARCOÍRIS

 



          Daniela miraba a su padre trabajar sin descanso a través de la ventana mientras lavaba los trastos. Levantaba la cosecha de la temporada, la calabaza, la cual reunía en varios cestos y luego los subía a la vieja camioneta para ir a venderlos a las tienditas del pueblo. Todo el año era lo mismo. Sembraba pepinos, duraznos, sorgo, sandía, melón, tomate y chile. Se levantaba a las cinco de la mañana de lunes a sábado y dejaba de trabajar hasta que el sol empezaba a ocultarse. El hombre decía que para que el día fuera productivo, se debía empezar a trabajar desde que cantara el primer grillo, pero su hija sufría por él porque a pesar de todo su esfuerzo, no salían de la pobreza.

          Por las noches, después de ducharse, cenaba junto a Daniela y su madre. A su hija le dolía ver las manos de su padre callosas y rasposas por el duro trabajo. El otoño estaba por llegar y las temperaturas bajarían considerablemente. Empezarían los días en que su cara se curtía por el frío tomando un color rosado. A sus ocho años deseaba una mejor vida para ella y sus padres y esa noche, cuando se fue a dormir, no lo hizo por estar pensando en cómo mejorar su vida.

          Un día, cuando regresaba de lavar del río escuchó pasos detrás de ella. Volteó y al no ver a nadie siguió su camino. Volvió a escuchar a la hierba crujir como si alguien caminara sobre ella. Se detuvo y miró a su alrededor con atención. Dejó la canasta con la ropa mojada en el suelo y comenzó a caminar despacio. Vio que una sombra se movió detrás de un árbol. Regresó corriendo por la ropa y aceleró el paso hacia su casa.

-¡Espera! -Escuchó una voz aguda.

Asustada, Daniela volteó despacio. Miró para todos lados sin ver a nadie.

-No temas no te haré daño. -Escuchó nuevamente y de un árbol bajó un elfo.

Daniela permaneció inmóvil en donde estaba parada y el elfo se le acercó.

-Se que quieres ayudar a tus padres, pero no encuentras la forma. Yo puedo ayudarte. Se de un lugar en donde hay un cofre lleno de monedas de oro. Puedo llevarte hasta él para que traigas a casa ese tesoro.

-¿En dónde se encuentra? -Preguntó Daniela, intrigada.

-Al final del arcoíris. -Respondió sonriendo el elfo.

-Eso es imposible. No hay forma de llegar al final del arcoíris.

-Te estoy diciendo que yo puedo llevarte. ¿Acaso no deseas que tu padre deje de trabajar tan fuerte?

Daniela lo miró pensativa y continuó su camino a casa. 

-¡Anda! -El elfo la alcanzó atravesándose en su camino. -¡Vamos por ese dinero! Podemos ir esta noche y estaremos de regreso antes del amanecer. ¡Mañana serán ricos!

-¿Me prometes que no me estás engañando?

-Es totalmente cierto.

          Cuando cayó la noche y después de cenar con sus padres, Daniela fue a su cuarto. Se asomó por la ventana y miró al elfo brincando en la caja de la camioneta de su padre. En cuanto éste la miró fue hasta ella. La niña salió por la ventana sin hacer ruido y se internaron en el bosque. Caminaron unos minutos y comenzó a amanecer. Daniela se sobresaltó preocupada porque sus padres despertarían y se darían cuenta de su ausencia.

-No te preocupes -Dijo el elfo. Es una treta mágica mía, para poder seguir el rastro del arcoíris. Espera. -Se detuvo mirando el cielo.

Entonces cayó un chaparrón muy cortito y el arcoíris apareció. Daniela sonrió emocionada y empezaron su caminata, siguiéndolo. De pronto, aparecieron unos duendes y comenzaron a tirarles tierra y agua. Terminaron completamente llenos de barro, tanto, que Daniela no podía caminar bien con los zapatos endurecidos por el lodo seco.

-¡Quítatelos! -Le dijo el elfo.

-¿Quiénes eran ellos? ¿Los conoces?

-Son los duendes encargados de cuidar el tesoro al final del arcoíris. Su trabajo consiste en hacer todo lo posible por impedir que alguien llegue hasta allá, pero si logramos llegar, nos permitirán traernos el tesoro.

          Continuaron caminando. Sin zapatos era más difícil pues las piedras y ramas lastimaban las plantas de los pies de la niña. Entonces se toparon con un río muy hondo y con una corriente muy rápida. Temerosa, Daniela se metió a las aguas bravas, siguiendo al elfo pero la corriente los arrastró, alejándolos del camino. Cuando por fin pudieron llegar a tierra firme, se dieron cuenta de que estaban muy lejos del arcoíris. Sin desanimarse, retomaron el rumbo. Después de mucho rato de caminata, tuvieron que atravesar un camino pantanoso pisando unas rocas que no se sumergían. El elfo llegó a camino seco y poco le faltaba a Daniela para lograrlo cuando resbaló y cayó a las aguas pantanosas. Empezó a gritar y manotear, sumergiéndose más y más.

-¡Coge la rama! ¡Cógela! -Le gritó el elfo, acercándole una rama larga que encontró.

A duras penas, la niña pudo cogerla y el elfo la arrastró con todas sus fuerzas hasta llevarla a terreno seguro.

-Quiero volver a casa. -Le dijo al elfo. -No quiero seguir con esto.

-Estamos a punto de llegar. Resiste. Eres muy valiente.

          Convencida por su nuevo amigo, siguieron con su recorrido. Entonces vieron frente a ellos un enorme brillo. Tanto ella como el elfo miraban absortos y con una gran sonrisa el bello resplandor.

-¡Ahí lo tienes! -Gritó feliz el elfo. -¡Eres rica!

Daniela apenas dio tres pasos cuando miles de flechas volaban en el cielo aproximándose a ellos dos. Corrieron a protegerse tras una enorme roca donde escuchaban silbar a las flechas al pasar cerquita de ellos. La niña respiraba agitadamente y pensaba que solo había llegado hasta allá para morir. Entonces el elfo le dijo que lo siguiera y salieron de su escondite corriendo muy rápido. Las flechas seguían llegando y ellos las esquivaban corriendo en zigzag hasta que, finalmente, llegaron hasta el deseado cofre. Daniela metió las manos entre las monedas para cerciorarse de que todo era cierto. Cuando sus manos sintieron las monedas, despertó. Había sido un sueño muy real, tanto que respiraba con dificultad.

          Fue a la cocina por un vaso de leche y miró a su padre alistándose para ir a trabajar. Suspiró tristemente, pues aún no encontraba la forma de ayudarlo. Cuando su papá abrió la puerta para salir se encontró con un cofre. Lo abrió y descubrió que estaba lleno de monedas de oro. Rápidamente lo metió en la casa y llamó a su esposa e hija.

-¡Somos ricos! -Dijo lleno de alegría y abrazándolas y besándolas. -Esto es mucho dinero y podremos ayudar a todos los de la aldea.

          Daniela abrió la puerta y vió al elfo sentado en la rama de un árbol. Ella le sonrió y él, con una mano, se despidió sonriente.



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