miércoles, 15 de septiembre de 2021

ASESINO EN SERIE

 


          Cuando el conserje llegó al mercado, a las cinco de la mañana, encontró una cuerda ensangrentada amarrada al portón que iba a abrir para entrar a hacer el aseo. La cogió y la llevó al basurero pensando que alguien había matado a algún animal con ella. Sin darle más importancia al asunto, empezó con sus labores cotidianas. En un par de horas el mercado abrió sus puertas a la clientela y éste cobró vida un día más. Los gritos de los vendedores y el bullicio de la gente que iba y venía, ambientaban el lugar. Uno de los locales no se abrió ese día, causando asombro entre todos los comerciantes, pues don Tobías siempre, de lunes a domingo, tenía abierto su negocio. Al día siguiente tampoco fue y a media mañana, se supo que lo habían asesinado. Al parecer, lo azotaron varias veces con una cuerda, haciéndolo sangrar mucho y luego, con la mis a cuerda, lo ahorcaron. El conserje, al enterarse de tan terrible noticia, se presentó en la estación de policía y les dijo que el día anterior encontró una cuerda ensangrentada y todo lo que sucedió. Los policías fueron al mercado y encontraron la cuerda que aún estaba en el basurero. Después de un interrogatorio, desecharon al conserje como sospechoso.


          Días después, al llegar a su salón de belleza, Rita encontró una cuerda ensangrentada colgando del candado que estaba en la puerta del local. Como ya se había corrido la voz de lo que le pasó a don Tobías, la mujer decidió no tocar nada y llamó a la policía. Cuando éstos llegaron, ya estaba ahí dos de las estilistas que trabajaban con Rita. Solo faltaba Daniela. Los policías se mostraron preocupados y le pidieron a la dueña del salón que se comunicara con ella, para saber por qué no había ido a trabajar. La hermana de Daniela atendió la llamada y le dijo que ella y sus padres estaban muy preocupados porque Daniela no había llegado a dormir. Rápidamente, la policía emitió una orden de búsqueda para la chica, a quien más tarde encontraron en el kiosko de la plaza en las mismas condiciones.


          El pueblo entero estaba consternado. Nunca había sucedido nada igual. Eran un pueblo pequeño, muy tranquilo y ahora todos estaban temerosos de que algo malo les sucediera. La gente empezó a andar acompañada unas recogían temprano. Entonces, una mañana, cuando el director y otros maestros llegaron a la escuela primaria, encontraron una cuerda amarrada en la reja. Ésta ocasión hicieron un moño con ella. Completamente alarmados, avisaron a las autoridades. Los detectives les pidieron a los maestros que pasaran lista y les notificaran si había faltado un niño. En poco rato, se supo que faltaron once niños. Los detectives fueron a las casas de los niños que ausentes, corroborando satisfactoriamente que salgo algún catarro o alguna flojera, todos estaban bien. En el auto se preguntaban qué estaba pasando. En esta ocasión cambiaba el asunto, pues no habían matado a nadie de la escuela. En eso estaban, cuando recibieron la llamada del director de la escuela. La secretaria no se había presentado. Pronto hallaron su cuerpo maltratado en la mis a forma que los otros dos, cerca del lago. Estaban ante un caso de un asesino en serie. Solo faltaba encontrar la secuencia entre el sedo de sus víctimas. Primero fue un hombre, luego una mujer, después otra mujer. ¿Qué seguiría?


          Por las noches, las calles del pueblo, antes muy alegre y con vida nocturna, estaban vacías. El miedo habitaba en cada uno de los habitantes. Pasaron algunos días de calma, en los que nada malo sucedió y llegó el domingo. La gente fue a misa muy temprano para pedir por qué todo lo malo se fuera y regresara la paz al lugar. Mientras el padre daba su sermón, una cuerda, igual de ensangrentada que las anteriores, cayó desde arriba, a un lado del sacerdote. La gente comenzó a gritar asustada y muchos salieron corriendo de ahí. Otros subieron para tratar de atrapar a quien hubiera hecho tal cosa, sn lograr encontrar a nadie. Con las averiguaciones policíacas, se encontró el cuerpo de un miembro del coro, en las afueras del pueblo.


          Pasaron muchos meses en los que los mismos actos ocurrieron pero no lograban dse con el asesino. La gente no hallaba la paz pues vivían atemorizados.


          Un día, Román, un niño de unos ocho años, jugaba con una pelota. La pateaba y la seguía hasta donde había llegado ésta. Estaba tan distraído en su juego, que no se dio cuenta que se alejaba de su casa. Siguió pateando y caminando hasta que llegó a una cabaña cerca del lago. Miró que la puerta estaba abierta y, olvidándose de su pelota, entró en la cabaña. Vio a un hombre de espaldas enrollando una cuerda que luego colgó en una pared. Y entonces vió la mesa llena de muchas cuerdas. Comprendiendo que ese hombre era el asesino, dio un pasó atrás golpeando un mueble y alertando al señor. Éste volteó y le sonrió.


          Por la mañana, al salir de su casa para barrer la calle, la mamá del niño lanzó un grito al ver una cuerda en su puerta. Rápidamente entró a revisar que sus hijos estuvieran bien, encontrando al pequeño Román muerto en su cama. Todo estaba fuera de control. Durante el velorio, la madre lloraba desconsolada por su pequeño hijo y entre los asistentes estaba el hombre que Román descubrió en la cabaña. Era el pescador que surtía a las pescaderías del lugar, un hombre al que todos conocían por ser muy bueno y devoto y al que nadie le notó el extraño brillo de sus ojos y la sonrisa tétrica que su boca esbozaba.


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