martes, 7 de septiembre de 2021

LA TRAVESÍA

 


          Mirando el cielo azul, busqué entre las nubes un guiño, una señal, un sonido, algo que me dijera que ahí estaba él, esperando por mí. Mi alma se adentró en los algodones blancos, brincó sobre ellos, se sumergió y miró atenta... regresó a mi cuerpo. No me desanimé. Hace muchas vidas, en un lugar completamente ajeno a éste, viví la mejor experiencia de todas mis vidas y fue a su lado. Es por eso que no dejaba de buscarlo, como estaba segura de que él también me buscaba. Navegué entre las aguas del mar, me adentré en la furia del oleaje que, sin contemplación golpeaba los riscos que hacían más difícil mi búsqueda. Tomé fuerzas desde lo más profundo de mi ser y avancé sin miedo. Las fuertes olas me revolcaron llevándome en ocasiones hasta el fondo del océano. Busqué en las algas, en los peces... se alertaron mis sentidos con el roce de un pez, lo seguí, pero mi corazón me dijo que no era él. Mi espíritu se recostó en las arenas de la tranquilidad, diciéndome que no lo encontraría ni antes ni después, sino en el momento adecuado.


          Se que en algún universo fuimos eternos, antes de rendirnos y separarnos hasta una próxima vida en la que volveríamos a disfrutar de la maravilla de estar juntos otra vez. Mi corazón se contrajo imaginando ese momento, el del reencuentro y me llené de impaciencia, la que el mismo cosmos se encargó de calmar. 


          Una vez más, recorrí todo espacio, todo rincón del lugar donde me tocó estar, buscándolo afanosamente. Mis pasos me llevaron a un camino pedregoso. No hubo piedra, ni insecto alguno que me dijera algo. La noche me sorprendió en mi camino. Mis ojos se sintieron atraídos por el brillo de los luceros. Una gran energía salió de mi cuerpo haciéndome llegar hasta ellas. Salté de una a otra, penetré sus brillos, sin sentir alguna conexión. Regresé a mi lugar de origen. Me acosté sobre una cama de deseos y anhelos, de enormes ganas por dar pronto con él. En lo que el sueño me hizo su presa, recordé la promesa que nos hicimos; ésa en la que nos dijimos buscarnos sin desistir, hasta el día en que nos encontráramos.


          Una mañana desperté con el resoplido de un caballo hermoso. Estaba pastando en las tierras de mi finca. Lo observé detenidamente. El pelaje negro brillaba de manera preciosa y su crin era totalmente lacia y sedosa. Sin poder evitarlo fui hasta él, lo acaricié suavemente, sin que el animal mostrara molestia y casi sin darme cuenta, lo monté. Despacio, me dirigí sobre él a un bosque cercano. Sin saber por qué, montarlo me producía felicidad. Poco a poco, el caballo aceleró el ritmo causándome un gran placer mientras lo cabalgaba frenética, bajando mi cabeza a su cuello y acariciándolo con una mano, sin soltar la brida. La felicidad que sentí en ese momento solamente la había sentido al lado del mi gran amor. Lágrimas de felicidad rodaban por mis mejillas mientras me dejaba llevar por el momento. Entonces, el hermoso caballo se paró en dos patas relinchando fuertemente. Llegó la calma mientras yo descansaba abrazada a él, totalmente feliz de haber encontrado a mi eterno amor.



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