miércoles, 8 de septiembre de 2021

EL ÁGUILA PRESUMIDA

 


          Había una vez, en un bosque que se extendía a lo largo y ancho de una serie de montañas, un águila muy presumida. Volaba elegantemente por el cielo y le gustaba mucho dejarse llevar por el viento, pero siempre atenta, con la mirada bien puesta en el suelo, lista para cazar un buen animal que saciara su apetito. Se jactaba de ser un animal con excelente vista, superando a cualquier otro, incluso de su especie. Su presunción no sería tan molesta si no se burlara de aquellos que no gozaban de una buena visión.


          Una ocasión, desde lo alto de una montaña, vio que un pedazo de tierra se movía. Granitos de arena brotaban, golpeando las hierbas. Se puso en guardia, lista, en caso de que se tratara de algo apetecible. Decepcionada descubrió que se trataba de un topo, el más torpe de la región y al cual despreciaba enormemente. Cuando por fin, el topo logró salir del hoyo que habitaba, comenzó a buscar algunas hojas para su nido y también unas lombrices o ratones para comer.

-¿Crees que vas a poder encontrar lo que buscas? -le dijo el águila sobrevolando encima de él.

-Por supuesto -respondió el topo.

-¡Pero si no eres más que un pobre cegatón! -dijo el águila soltando una carcajada.

-No necesito la vista porque vivo debajo del suelo y cuando salgo, uso mi cola sensorial para encontrar lo que quiero -dijo el topo, moviendo orgulloso la cola.

-¡Nada es mejor que la vista! -replicó el águila. -¡Y sobre todo, si es tan aguda como la mía!

El águila se retiró moviendo velozmente sus grandes alas y volvió al pico de la montaña donde antes se encontraba.


          Allá, desde las alturas, se sentía invencible. De pronto algo llamó su atención. Miró atenta. Eran unas largas orejas que se movían aunque el cuerpo permanecía inmóvil. Se puso en posición de despegue, atenta. ¡Sí eran unas orejas que se movían! “Un conejo”, pensó. Despegó a una velocidad increíble con las garras listas para cazar a su presa. Las extendió sobre su objetivo y lo tomó, llevándolo hasta la cúspide de la montaña. Cuando lo depositó en el suelo, vió que se trataba de una roca. Volteó la mirada hacía abajo y vió que el topo y el conejo se revolcaban de risa, alejándose cada uno a sus madrigueras. Antes de que el topo llegara a la suya, llegó el águila, sumamente molesta.

-¿De qué se reían? -preguntó.

-De ti, obviamente -contestó el topo. -¿Cómo pudiste confundir una roca con un conejo? Cualquiera, con un poquito de vista, hubiera sabido que el conejo estaba detrás de la roca.

Furiosa, el águila se alejó con un chillido muy fuerte que se escuchó en todo el bosque.


Moraleja: Nunca presumas de que tus dones son mejores que los de cualquiera, pues llegará el día en que ya no goces de ellos y quedarás en ridículo.


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