La piel reseca era bañada
por pocas lágrimas saladas
que los ojos tristes lloraban
copiosas y desafinadas.
Un hombre bueno se acercó
enjugando las gotas tristes
y con un abrazo muy fuerte
de alegría la contagió.
Él añadió la melodía
al pentagrama de su cuerpo,
reviviendo las notas débiles
haciendo una hermosa canción.
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